domingo, 23 de septiembre de 2012

El reino del revés

Que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres


Que se cae para arriba y una vez no pudo bajar después

Me dijeron que en el reino del revés un señor llamado Andrés tiene 1530 chimpansés que si miras no los ves

martes, 18 de septiembre de 2012

Instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight

Trabajo realizado por Manuel Mandeb por encargo de la agencia de publicidad Vivencia.

1) Busque la flecha indicadora.

2) Presione con el dedo pulgar hasta que el cartón del envase ceda.

3) Disimule. Soy un joven escritor que no tiene otra ocasión que ésta de conectarse con las muchedumbres. Usted finja que sigue abriendo este estúpido paquete y yo le diré algunas verdades.

4) Los vendedores de elixir nos convidan todos los días a olvidar las penas y mantener jubiloso el ánimo. El Pensamiento Oficial del Mundo ha decidido que una persona alegre es preferible a una triste.

5) La medicina aconseja cosmovisiones optimistas por creerlas más saludables. Al parecer, la verdad perjudica la función hepática.

6) Viene gente. Siga la línea de puntos en la dirección indicada por la flecha.

7) Escuche bien porque tenemos poco tiempo: la tristeza es la única actitud posible que los compradores de este jabón pueden adoptar ante un universo que no se les acomoda. Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de los supositorios, pero éste es apenas un descanso en el camino. Uno juega, retoza y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra diversión: apartar, desviar, llamar la atención hacia una cosa que no es la principal.

8) Conversar acerca de estos asuntos es considerado de la peor educación. Los comerciantes se escandalizan, las personas optimistas huyen despavoridas , los maximalistas declaran que la angustia ante la muerte es un entretenimiento burgués y los escritores comprometidos gritan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Al respecto, mientras le recomiendo que no deje el paquete de jabón al alcance de los niños, le juro que todo lo que se escribe es de evasión, menos la metafísica: las noticias políticas, los libros de sociología, los horarios del ferrocarril, los estudios sobre las reservas de petróleo, no hacen más que apartarnos del tema central, que es la muerte.

9) Calcule 100 gr. de jabón por cada kilo de ropa sucia.

10) Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Por eso, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento: "es mejor no pensar...". Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir alegría suspenden toda reflexión: la pirotecnia, la música bailable, las cantinas de la Boca, el metegol, los concursos de la televisión, las kermeses.

11) Separe la ropa blanca de la ropa de color. Y entienda que la tristeza tiene más fuerza que la alegría: un hombre recibe dos noticias, una buena y una mala. Supongamos que ha acertado en la quiniela y que ha muerto su hermana. Si el hombre no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El premio no lo consolará de la desgracia. Byron decía que el recuerdo de una dicha pasada es triste, mientras que el recuerdo de un pesar sigue siendo pesaroso.

12) No mezcle este jabón con otros productos y no haga caso de los sofistas risueños. Tarde o temprano alguien le dirá: "Si un problema tiene solución, no vale la pena preocuparse. Y si no la tiene, ¿qué se gana con la preocupación?". Confunde esta gente las arduas cuestiones de la vida con las palabras cruzadas. La soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia no son problemas sino tragedias, y no es que uno se preocupe sino que se desespera.
Lloraba Solón la muerte de su hijo.
Un amigo se acerca y le dice:
-¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?
-Por eso- contestó Solón- porque sé que es inútil.

13) No está tan mal ser triste, señora. El que se entristece se humilla, se rebaja, abandona el orgullo. Quien está triste se ensimisma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación. Participe del concurso "Vacaciones Sunlight" enviendo este cupón por correo.

14) Ahora que se fue el jabonero, aprovecharé para confesarle que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste. Y no vaya a creer el ama de casa Sunlight que nuestras reuniones consisten en charlas lacrimógenas. Nada de eso: concurrimos a bailongos atorrantes, amanecemos en lugares desconocidos, cantamos canciones puercas, nos enamoramos de mujeres desvergonzadas que revolean el escote y hacemos sonar los timbres de las casas para luego darnos a la fuga. Los muchachos tristes nos reímos mucho, le aseguro. Pero eso sí: a veces, mientras corremos entre carcajadas, perseguidos por las víctimas de nuestras ingeniosas bromas, necesitamos ver un gesto sombrío y fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa "atención, muchachos, que no me he olvidado de nada".


NOTA: Las instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight fueron rechazadas.
Alejandro Dolina

Miedo

Miedo hijo de puta. Digo hijo de puta porque toma el control sobre vos. ¡Y vamos! Me da bronca, mucha rabia. Tendría que existir un medicamento para el mal de miedo (y otro para el mal de amores y el mal de muerte y, ya que estamos, el mal de sueño). No, no hablo de esos medicamentos que te dopan y sirven para todo pero en realidad no sirven para nada. De esos hay de sobra y solo te hacen cerrar los ojos y dejar de ver la realidad por un rato. Pero entonces despertas, volves ¿y qué? El miedo sigue ahí. Sigue ahí hablando por vos. ¿Y quién tiene el derecho de hacer eso? ¿Quién puede decidir o no por mi? ¿Por qué? Pero te agarra, te ata de manos, te tapa la boca, y ahí te ves: inmovilizado. 

Es como cuando te vienen a robar. De repente no podes moverte. No podes salir corriendo. No solo sentís que el corazón te va a explotar, que se te sale del pecho, que corre todo lo que tus piernas se inmovilizan y flaquean, sino que, además, como si fuese poco, te corta la respiración y te nubla la cabeza. No sabes qué hacer, qué decir o cómo manejarte. Por eso siempre que escucho a la gente contar algún relato de estos y salta con alguna asombrosa azaña, me quedo sorprendida. ¿Y el miedo?

Sí, es verdad que el miedo puede llegar a ser un motor inigualable. El miedo a morir puede hacer que aún siendo el más idiota de tu clase, te las ingenies maravillosamente para salir airoso del mal trance. O el miedo a que a la otra persona le pase algo puede que saque de vos tu mayor fuerza o hasta que dejes de pensar en tu propio bienestar por encargarte de aquel. No hablo de una situación de "vida o muerte", eso sería extremista. Pero en la vida diaria... más de una vez nos cargamos un problemón enorme en la espalda a costa del cariño que le tenemos al otro, por miedo a que sin eso, sin ese sostén que podemos ofrecer, se derrumbe. Entonces vamos al hospital a hacerle compañía cuando la vieja está internada a pesar de que, al salir, generalmente vomites, o te baje la presión y te agarre siempre el síndrome hospitalario que tenes desde los ocho años (motivo por el cual evitas esos lugares todo lo que podes). 

Entonces el miedo. El miedo te lleva a hacer cosas impensadas. Y a veces, seamos sinceros, el no hacer absolutamente nada es hacer algo. Actuas por omisión. Si no vas al hospital, sino lo llames por miedo a que te rechace, sino le das tu celular al chorro por miedo a mover cualquier músculo, sino vas al examen por miedo a reprobar, sino te acercas a los hombres por miedo a sufrir, sino te arriesgas a actuar.... sino haces nada, entonces estás haciendo mucho. 

Pero cuando no haces nada pero tampoco dejas de hacerlo... Digo que cuando no reaccionas, no tomas una determinación, no sos lo suficientemente libre (del miedo) para poder decidir qué hacer, entonces no haces ni lo uno ni lo otro. No pintas el cuarto ni de blanco ni de negro: no lo pintas. No te acercas ni te alejas de él: pensas todo el tiempo en qué hacer. No le das toda la plata al tipo que te está robando, pero tampoco le decís que no le vas a dar nada: no reaccionas. 

La incertidumbre paraliza. La incertidumbre, podríamos decir, es una secuela del miedo. El miedo pasa, se presenta, se hace amigo tuyo, te engatuza como un campeón, y después se va. Se va, porque tiene muchos lugares que ocupar, porque la gente tiene miedo todo el tiempo. La gente vive con miedo. El miedo nos abruma, nos quita la visión, nos hace entrar en shok, nos obliga a pasar un mal trago aún peor del que es. El miedo, cuando falta el optimismo, cuando falta la esperanza, cuando falta la confianza, lo puede llegar a ser todo. Y cuando el miedo se va a por otro, deja a sus secuaces tras de uno: deja a la maldita incertidumbre, que al haber visto actuar tanto a su hermano (el miedo) y ser víctima de todas sus azañas, se queda en shok y nos deja en stand by un buen tiempo. Entonces no decidimos. Ni siquiera es que optamos por no hacer nada: simplemente nos la pasamos pensando qué hacer, sin hacer absolutamente nada. 

Y ahí, en esos momentos, es cuando los sueños empiezan a hablar y uno decide empezar la psicóloga. Toc-toc. Ya era hora, te estaba esperando Lu - me recibe. 

Algo de mi

Algo de vos no. Me cansé. Basta. No me llevó a ningún lado (y algo me dice que al otro tampoco). Me perdí. Que qué me quiso decir, o qué le pasará, y cómo lo ayudo, ¿dónde mierda está?, ¿por qué no estudia?, ¿necesitará una mano? No, no debería, mañana me levanto temprano, pero mejor me quedo. No, tampoco, no quiero, en realidad me iría a casa a comer helado y mirar esa serie que me vuela la cabeza, pero no te veo buena cara. 
¿Sabes qué pasa? Todo esto es muy bonito hasta que te dejaste tirada al lado del tacho y nadie se anima a juntarte. Y claro, yo tampoco me acercaría si fuese los demás. Terminé en un estado deprorable. A estas alturas ya no se si trato de ahuyentar adrede a la gente para estar un poco sola y conmigo o si realmente estoy tan rota y locamente que no dan ganas de acercarse. Sospecho que es una lucha entre ambas cosas. Como sea: no más de vos. No más soñar, no más pensar, no más extrañar, no más recordar, no más decidir, no más actuar, no más dejar, no más buscar, no más estar, no más pelear, no más ir, no más venir, no más. Algo de vos se va a ir a dormir un rato y viene de visita, por una temporada aún indeterminada, algo de mi. Así que sean buenos y háganlo sentir cómodo. Denle la bienvenida, si le dan una oportunidad quizás hasta resulte agradable. No, tranquilos, nadie viene a reemplazar a nadie, pero algo de vos necesita unas  vacaciones urgentes. De verdad, tiene que descansar un poco, no sean egoístas. Y algo de mi le ofreció su casa como intercambio. No está mal: te ahorras plata, tiempo y estás en un lugar que podes llegar a sentir casi como "tu casa". Uno a veces necesitar desplomarse, relajarse, parar un poco, alejarse de todo. Denle tiempo, no es con ustedes la cosa. Es él que está abrumado. Va a mandar correo, me lo prometió. Va a tratar de no pasar a visitar porque una vez que vuelva le va a costar mucho volver a irse (ya le está costando, lo duda constantemente, como cada cosa en su vida en los últimos tiempos). Así que recibamos con alegría a algo de mi. Sí, es lo mejor, no conviene que convivan juntos: son como esos hermanos que se quieren y se necesitan pero que si están lejos siempre es mejor. Bueno, que bueno que lo entendieron. Ahora cambien las caras. Alegría, vamos, a algo de vos le gustaría que lo reciban bien (o no). Pero creo que algo de mi debería tener una oportunidad entre todos nosotros. Así que sonrían. 
Ahí viene.
Hola, te estábamos esperando

Psicoanálisis

Lapsus. Sueños. Interpretaciones. Complejo de Edipo. Vivimos rodeados de estos términos. Creemos que podemos manejarlos y saber de ellos con haber leído una reseña de Freud. Bueno no. O sí. No sé. El punto es: ¿nos refugiamos en estos términos para tapar algo o gracias a estos conceptos psicoanalíticos deciframos alguna cosa? Digo que cuando empezas a usarlos hasta para ir al baño ¿hasta qué punto no quedas sujeto a estas definiciones sin poder ir más allá?
Veamos: hoy soñé. Ayer también, pero el de ayer me dejó re para abajo. Estaba en la parada del bondi, me caían las lágrimas, el cielo estaba blanco, hacía frío y yo estaba indecisa de ir o no a la facu. Bonito panorama, eh (por si interesa el final, terminé yendo para ver si se podía reciclar algo de mi estado de ánimo y no salió nada mal). Decía que hoy soñé. Y aunque no fue agradable, me hizo divertir. Pero después me puse a pensar. Ahora hago algo a lo que antes no estaba habituada: reflexiono sobre lo que quiero/siento/pienso. Es algo que me da paja, lo juro. Uno siente, quiere y piensa ¿qué es eso de ponerse a pensar sobre ello? Pero cómo estoy estancada y no sé qué mierda quiero, entonces pienso. En una de esas me ilumino. ¿Tendré miedo a algo? ¿será por eso que no hago nada? ¿será por eso que no puedo hacerme a un lado ni tampoco meterme de lleno? ¿Será por eso que solo siento incertidumbre por no saber lo que siento? ¿Será un mecanismo de defensa? Si peor que ahora no voy a estar ¿qué más da? Entre no tener nada porque estás siguiendo adelante y ya no tenes nada que decidir o, laputamadre, no tener nada porque te pasas el día pensando qué hacer o qué sentís y terminas sin poder hacer nada porque justamente, no entendes un choto, preferible la primera opción ¿no?
Esto viene a que sueño, me despierto, y se lo cuento a mi amigo. Genial, al menos esta vez me causó casi gracia. Pero entonces empiezo a interpretar el sueño. Estoy ahí con el miedo dando vueltas, un miedo que según mi amigo hace que niegue la realidad. Tengo tanto miedo a que la realidad me lastime que no veo que la realidad, en realidad, es exactamente como quiero que sea. Todo esto me lo dice él, a lo que cambio de tema porque si respondo me fastidio. Pero pienso. Pienso que no. No, genio, la verdad que no. Si yo te digo que no, yo sé. Pero si tanto sé ¿por qué no puedo seguir adelante?
"A ver Lucecita" me diría un viejo compañero con una sonrisita y un tonito algo burlón.
Mi punto es ¿qué mierda le voy a decir a la psicóloga el jueves? "Hola, estoy triste". "Estoy aterrada por algo que no se qué es". "Tengo miedo y eso me paraliza: no se si ese miedo tapa algo o si es solo ese miedo que no sabemos bien de dónde viene y ya". "No saber qué hacer me está agotando porque me paso el día pensando en qué hacer". ¡Qué carajo! Voy a odiarla. Porque cuando le diga que no niego, que no reprimo, que las cosas son así y estoy harta de que la gente se valga de los conceptos psicoanalíticos para definirme y encasillarme en algún hueco freudiano, lo va a ver como una perfecta resistencia. AL CARAJO CON FREUD ¿QUÉ MIERDA ME PASA MUJER? Sino lo sé yo ¿cómo mierda lo vas a saber vos? 
Pero hay una respuesta. Siguiendo la línea de la carrera se trata de un saber no sabido. Es una ignorancia encarada desde otro punto de vista: portas un saber, un conocimiento, un relato, un sentimiento o lo que fuese, pero ignoras que lo portas. Entonces llegas a la sesión y se hace la luz: tu psicoanalista es tan bueno/a que va a hacer que de tanto hablar verborrágicamente en algún momento des en el clavo. ¿Y si no es eso? ¿Y si se trata de una mega-nuclear-resistencia que hace que vos y hasta tu psicóloga se crean eso pero en realidad sea otra cosa? Eso es lo que tiene el psicoanálisis: te equivocaste de nombre y ya estás pensando que "es un lapsus, en realidad quisiste decir...". Si, ¿te digo algo yo? Chupame un huevo. Yo estudio psicología. Me gusta Freud, el psicoanálisis y toda la perorata. Pero no me vengas a decir que ese lapsus de que haya dicho mi nombre cuando llamó a la novia es un deseo sexual inconsciente del pibe y se deslizo en ese pequeño fallido. 
Como sea. A estas alturas ya no me valgo de mi misma. Ya no puedo conmigo. No tengo más herramientas ni resistencias contra la terapia. El hecho de estar cada día más loca e insegura hace que me deje de joder y me caiga rendida a la sesión. La evité lo más que pude. ¡Seguramente por miedo! La puta madre, voy a dejar de ver películas de terror. Padezco el cáncer de miedo. Creo que se trata de un bichito que me come la cabeza. Así que mejor dejá de comértela sola, que no te está resultando, y empezá a ir al psicólogo. Resistencia o no, negación o no, lapsus o no: quiero ver la luz. Quiero que llegue el jueves y empezar a entender un poquito de algo de mi

Amor Líquido IX

Era un buzo rojo. Tenía las mangas color azul marino, me acuerdo. Me acuerdo porque lo llevaba puesto en esa foto que tanto me gustaba de los dos. Quizás era la foto que más me gustaba de nosotros. Debe ser porque no estábamos posando. Ni siquiera sabíamos que nos estaban apuntando con el foco. Pero estábamos ahí en la playa - juntos, como solíamos estar siempre sin importar dónde ni con quién. Igual me acuerdo con quién estábamos. Fueron las vacaciones de verano de hace tres años - las últimas que hicimos juntos si mal no recuerdo. Habíamos ido a Valeria del Mar con los chicos y en ese momento solo estábamos las dos parejitas. Vos, flacucho y en cuero, tirado boca abajo en la arena. Yo para molestarte, quizás para pegarme a vos lo más que se pudiera o para escucharte fingir cómo te quedabas sin aire, tal vez solo para apoyarme literalmente sobre vos, me acosté arriba tuyo. Y nos quedamos así, vos abajo, y yo arriba jugando con tu pelo, mientras oíamos lo que nos contaba tu mejor amigo. Creo que era sobre el tercer mosquetero que en esos tiempos andaba conflictuado con el tema de las novias de sus amigos y en fin. El tema era que siempre teníamos largas conversaciones con ellos sobre diversas cosas. Éramos como esas parejas que luego de tanto tiempo de estar juntas y de tanto conocerse, empezaban a hablar de los demás. Empezaban a analizar no solo su realidad sino la de los otros. Era lindo porque el mate siempre nos acompañaba y cada tanto los bizcochitos caseros de ella nos alegraban las pancitas. Así que... ¿a qué venía todo esto? Ah, sí, el buzo rojo. Lo que pasa es que el tiempo está raro. Todavía no llega el verano pero tampoco se va el invierno, y las estaciones del medio no se dignan a aflorar por completo. Así que pasamos de días de bastante calor a días de frío y lluvia. Y ayer había refrescado bastante para lo que veníamos acostumbrados. Así que fui al placard a buscar algún abrigo. Te sorprenderías si vieras la cantidad de buzos grandes y de hombre (como los que me gustan a mi que siempre te usaba cuando iba a tu casa) que tengo en mi cuarto. No, no es que estuve con muchos tipos. La mayoría fueron quedando acá de haber tenido frío en alguna salida con amigos y bueno, hay algunos de los chicos del norte, otros de mi mejor amigo y, claro, alguno tuyo. Pero la última vez que ordenamos el cuarto (porque para esa labor siempre necesito una buena compañía que me guíe, como hacías vos, para  que me diga que hay cosas que no sirve de nada seguir teniendo porque realmente no voy a volver a usar). Pero siempre termino negociando con algunas prendas. Por lo visto la última vez mi amiga me dijo que me quedara con un solo buzo tuyo. Debe haber usado alguna de sus frases como "Lu, no podes seguir teniendo tantas cosas de él, dejate de joder, ya no son novios". Me acuerdo que en mi interior me costó decidir con cuál de todos tus buzos (que ya te quedaban chicos y habían ido a parar conmigo) quedarme. Tus remeras las tengo todas y las uso para dormir por más viejas que esten, pero con ese buzo... Cómo me arrepiento de no haberme quedado con el buzo rojo. Hoy, cada vez que hace frío y quiero encontrar el buzo que me siente bien, pienso e inevitablemente se me viene a la cabeza la foto. Estábamos en la playa desde tempranito, porque nos despertábamos a eso de las 12 del mediodía y nos íbamos a pasar el día junto al mar. Entonces yo era de las que siempre se quería meter a jugar con las olas y vos de los que preferían el sol y la pelota. Hubo un día que te favoreció porque la costa estaba llena de aguas vivas y los pocos que osaron meterse salieron con grandes manchas rojas, con lo cual la gente se quedó bajo el sol sin poder refrescarse. Pero algún otro día nos metimos todos, los 7, y entonces yo explotaba de alegría porque entre todos competíamos por ver quienes agarraban las mejores olas y salían airosos. Pero para ese momento, para cuando nos sacaron la foto, ya el sol estaba bajando y empezaba a refrescar, así que vos te habías puesto una de tus remeras (una blanca) y yo me calcé tu buzo que en esa época no se si no lo había llevado como buzo "mio". Y ahí nos sacaron la foto. La foto en la que estamos los dos, en la playa, cuando el sol empezaba a bajar pero todavía estaba, vos con los ojitos chiquitos por el reflejo que te daba de lleno, y yo arriba tuyo escondiendo la cara en tu hombro: con tu pulover rojo. 

Sofía

Siempre fuiste mi espejo
quiero decir que para verme tenía que mirarte


A veces siento que me conoces más de lo que yo me conozco a mi misma, siempre lo dije. No sé si es algo bueno o no. Un día él me dijo que eso era raro, que uno siempre sabe más de uno de lo que puede llegar a saber cualquier otro. Pero en mi caso no se aplica: vos, con esos rulos locos que me acompañan desde los 4 años a veces más de cerca y otras desde allá, me conoces mejor que cualquiera e, incluso, mejor que yo misma. No sé si será un resultado de mi completa negación frente a la realidad, o si tendrá que ver con este temita de que dejo que pasen las cosas sin ponerme a pensar en lo que en verdad está pasando. El punto es que yo también tuve un Iruya con vos. Vos que enseguida (quizás antes que yo) entendiste todo. Es verdad que son años (tanto como lo es esa cosita que me viene a veces de pensar, como dice esa canción, si seremos hermanas que nos separaron y nosotras sin saberlo nos volvimos a juntar). Lo que digo es que cuando uno mira las cosas de afuera, ve mejor. Pero vos... vos estás afuera y adentro.
Así que me lo preguntaste casi por diversión. Pero cuando te respondí que "nada, no me pasa nada de nada" con los ojos cristalinos y una sonrisa un poco borracha, vos me dijiste exactamente lo que me estaba pasando. Y con vos... bueno resulta que puedo engañar al mundo entero y hasta me puedo creer la mentira más grande respecto de mis propios sentimientos, pero con vos es otra cosa. Vos, que me conoces de una manera tan auténtica, no solo estás siempre ahí sino que estás de una manera particular: estás conociéndome. Y eso te da el derecho de cuidarme, de decirme cuánto sea y de abrirme bien abiertos mis ojos cerrados. Lo bueno es que también, con esa dulzura, con ese mate en la mano y esa sonrisa aliviadora, te quedas al lado mío por más seguera que padezca.
Me sabes mejor que nadie. Así que con vos no hay mentira que valga ni negación posible. Con vos... cuando quiero saber de qué va todo te miro. Te miro y al mirarte me veo a mi. Y las cosas, de alguna forma, resultan más puras y sencillas. Porque no importa lo que diga, las dos sabemos lo que realmente me está pasando. Y no importa lo que haga, las dos sabemos lo que quiero hacer. Así que el tiempo pasa y vos seguís "sacándome la ficha" de una manera casi odiosa: "No somos ellos Lu, no proyectes", "No es malo aislarse de todos por un tiempo a veces". Me conoces de tal forma que con solo mirarme, terminas siendo un espejo, un perfecto reflejo de lo que me está pasando. Siempre fue así y sigue siéndolo. Y algo me dice que cada día que pase voy a saber que mañana también va a seguir siendo así.
Un día me escribiste una canción que se titulaba "tu luz es mi paz". Yo no se qué tanta paz podes haber encontrado en mi locura-total, pero en vos además de paz y de luz encontré la suerte de tener de hermana a mi amiga. 

Clase media

Clase media,
medio rica
medio culta
… entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande.
Desde el medio
mira medio mal
a los negritos
a los ricos
a los sabios
a los locos
a los pobres.

Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae
(a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan
(medio en las sombras)
a veces, sólo a veces, se da cuenta
(medio tarde)
de que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina.

Así, medio rabiosa
se lamenta
(a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza
a entender
ni medio.
Mario Beneditti.

Debajo del derrumbe

De repente pareces haber perdido la noción del tiempo, el espacio y sobre todo el interes por cualquier cosa. A modo de protección, quizás porque en estos momentos no soportas ninguna certeza pero tampoco ninguna duda, o tal vez simplemente por tu escaso interés por todo, no te preguntas demasiado. Es que justamente al no importarte qué, dónde, cuándo y (las peores de esas preguntas) cómo y por qué, no pensas en esa sensación que parece comerse todo tu interior. 
A pesar de todo, aún sos consciente de que lo que ahora parece no valer la pena va a volver a recobrar el sentido. Así que seguís. Como podes y sin exigirte demasiado, porque el simple hecho de continuar de alguna forma ya se te reconoce, aguantas y pasas este que, aunque parezca ser eterno, no puede ser más que un mal trago. 
Y ahí estás: huyéndole a la incomodidad de ese momento en el que los demás empiezan a percibir tu ausencia. Porque aunque estés presente, aunque tu cuerpo esté físicamente con ellos, no te ven. Y entonces te buscan y se ponen a "cuidarte". No, gracias, paso. En este momento no quiero que me cuide nadie. La persona que se suponía iba a cuidarme me dejó tirada como a una bolsa de papas podridas, así que mejor fuera. "¡Fura todos!" gritaría, y me tomaría un tiempo libre. Pero de qué sirviría si al fin y al cabo estoy ahí, con ellos, que a pesar de mi comportamiento me buscan, me cuidan y me quieren. 
Así que esperas. Esperas a que pase el tiempo (dicen que "el tiempo todo lo cura") y que llegue el punto (ese punto que siempre llega) en el que todo se transforma y la vida te cambia súbitamente. Mientras tanto procuras acostumbrarte. Acostumbrarte a que la mañana es la peor parte del día: te levantas y tu primera percepción es esa realidad que te pide seguir durmiendo. Y ahí recordas. Recordas porque el pasado es algo de lo que no te podes librar. Y a veces, sin querer ni darte cuenta, aprendes cosas de ese pasado que te cambian todo el presente. Así que seguís hablando poco y fugándote, hasta que pasa la mañana, el mediodía y entonces llega la tarde y ya estás más curtida. De a poco empezas a hablar y a reírte con los demás y la gente te nota bien, divertida y fresca como siempre. Solo que por dentro te duele. Te duele hasta el infierno. Pero ellos no lo saben y vos procuras ignorarlo para no detener todo en ese instante y que la cosa se haga lo más amena posible. Y cuando llega la noche ya es parte de vos: ya no se siente intolerable y lo aguantas, lo tenes ahí sin darte cuenta y resulta que, en una de esas, hasta te tomas un vaso de fernet con tus amigos. Y entonces, la presión en el pecho pasa desapercibida porque estar así es algo normal, es parte de tu vida (¿tu nueva vida?), y es algo que llevas a todos lados, sin importar dónde ni con quién. 
Como decía: te acostumbras. 

Pero en algún momento volves a ser feliz (porque ese cambio súbito termina por llegar). No sos consciente de cómo ni por qué pasa, de cuándo se produce el trueque. Pero terminas volviendo.

Sin embargo... cuando estás rota, cuando te rompiste, cuando te hiciste (o te hicieron, pero en definitiva te hiciste porque fuiste lo suficientemente estúpida como para dejar que otro haga eso con vos) mil pedazos, aunque por momentos vuelvas, la realidad es que por dentro seguís rota. Aunque las cosas así esten bien, aunque las cosas tengan que ser así, la realidad es que tenes una herida profunda. Y aunque creas que estás curada, que te recuperaste, que ya pasó todo... aunque un poco sea así, la realidad, por lo general, tiende a complicarnos más.
La cosa verdaderamente jodida, la peor parte del dolor, es que no se puede controlar. Lo mejor que podemos hacer es permitirnos sentirlo cuando llegue, y dejarlo ir cuando se pueda. La peor parte, es cuando pensas que lo habías superado y empieza de nuevo.
Las cicatrices dejan marcas imborrables: a pesar de lograr volver a respirar casi con normalidad, va a haber unos cuantos días malos porque estás rota, irreparablemente rota. 

Timbre

El otro día en mi clase de Grupos (Filosofía) me dieron un papelito que tenía escrito lo siguiente

Soy el timbre. Vengo a interrumpir la clase, a cortar las ideas y pensamientos, recordando que están dentro de una institución, y que esa clase es parte de la misma. Sino estuviese quizás todo sería más fluido y sin un tope, ya que al parecer produzco algo instantáneamente en los alumnos del curso. Chateo con mi amigo el tiempo al cual el capitalismo le dice que el tiempo debe ser bien utilizado, tener un fin, servir para producir algo. De no ser así, es tiempo mal gastado, desperdiciado. 

No había una consigna demasiado clara. Supongo que se podía responder, preguntar, continuar o reflexionar. Capaz con leerlo bastaba.
Pensé que cuando terminara de leer no iba a saber qué hacer e iba a tener que hacer uso de alguna parte de mi ingenio que, a esas horas, parecía medio dormido.
Sin embargo, para mi sorpresa, a pesar de no ser muy ingeniosa en mi asaña, enseguida se me dio por escribir. Como cuando uno empieza a hablar verborrágicamente y no puede parar, a mi se me dio casi instintivamente por empezar a escribir creyéndome que era el timbre (algo parecido a lo que hizo Laura - así decía la firma de la nota que me había llegado a mi ). Una manera de continuarlo, quizás. Aunque traté de mantener al margen al capitalismo: si bien está en todo y de cualquier pequeña cosa se puede hacer política, puede que lo implícito me guste más (al menos en este caso). Qué se yo, la política fuera de la familiaridad y la cotidianidad nunca se me dio demasiado bien ni demasiado a gusto.
Así que me cambié de nombre y de personalidad

Soy el timbre y soy parte de la institución. Soy un accesorio más del protocolo que nos imponen para que las cosas estén "ordenadas". Como el profesor es el que da clases, yo soy el que marca la hora, y aunque quieras seguir con la clase yo vengo a decir que se terminó. Soy el sonido del deber, y sino me respetas posiblemente llegues a sentirte culpable. Soy el que determina los espacios y sería genial que un día me puedan hacer parte de ustedes de manera que yo no imponga más (más respeto, más poder), sino que me haga oír cuando quiera; y sería bueno que ustedes me respondan lo que quieran y no lo que deben o lo que creen que me tienen que responder. Soy el timbre y soy molesto porque muchos me ven como la antítesis de la libertad, pero me gustaría seguir siendo el timbre sin interrumpirles nada, sin molestarlos más ni imponerles un ritmo de vida. Soy el timbre y no quiero decidir por vos: quiero sonar, quiero avisar que estoy acá y que vos seas el que elija qué hacer.

jueves, 13 de septiembre de 2012

SIN LIBERTAD NO HAY SALUD MENTAL .

Chiste analítico

Caminando por la selva se topa con un león dormido. Poniéndose de rodillas ante él, murmura: «Por favor, no me comas». La bestia sigue roncando. Esta vez grita: «¡Por favor, no me comaaas!». El animal no se da por enterado. Temblando, le abre las mandíbulas y acerca su cara a los colmillos para volver a gritar el ruego. Inútil. La fiera no despierta. Histérico, comienza a darle patadas en el trasero: «¡No me comas! ¡No me comas! ¡No me comas!». El león despierta, salta sobre él y, furioso, comienza a devorarlo. El hombre se queja: «¡Qué mala suerte tengo!».
Alejandro Jodorowsky

Suficiente es Suficiente

Cuando era chica y mi tía me servía algo en un vaso, me pedía que le diga cuando fuese suficiente. Ella me pedía que le diga cuando fuese suficiente, y yo no lo decía. No decía cuándo era suficiente porque siempre existía la posibilidad de que haya más. 

A veces cuesta reconocer cuando es suficiente. Aunque te hagan pensar en ello, aunque te pidan que avises cuando sea suficiente, es un límite que pocas veces llegamos a ver. Uno tiende a creer que más es mejor (más tequila, más amor, más de lo que sea). Hasta que el vaso rebalsa y entonces es tarde para decir suficiente.

Hay mucho que decir sobre el vaso medio lleno. También lo hay sobre saber decir cuando es suficiente. Creo que se trata de una línea borrosa, un barómetro de necesidad y deseo. Depende por completo del individuo, y depende también de lo que se esté sirviendo. A veces solo queremos probarlo. Otras veces no hay suficiente: el vaso no tiene fondo y lo único que queremos 

es más.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Dolor

A veces no podemos más y negamos el dolor. A veces sencillamente decidimos hacerlo porque buscamos tener el control creyendo que así somos capaces de manejar mejor las cosas. Nos convencemos de que sentir esa angustia que nos parte el corazón no vale la pena. Y aunque sea real, negamos que lo es y fingimos que no existe. Y a menudo para eso nos servimos de la rabia. Ese aparente enojo que podemos llegar a demostrar es mucho más fácil de llevar que la tristeza que realmente sentimos. Nos hace sentir más fuertes y exentos de la enorme debilidad que creemos que acarrea nuestra angustia, sin darnos cuenta que no hay fortaleza más grande que la de atravesar el dolor. Así que nos enojamos. Nos ponemos coléricos y decidimos despotricar y tirar mierda para todos lados. Pero nos perdemos del detalle de que, si algo es capaz de ponernos así, es porque en verdad nos interesa. Nos interesa demasiado. Nos interesa lo suficiente como para afectar todo nuestro aparato anímico. Pero siempre preferimos maldecir antes que largar una sola lágrima.
En algún punto giraste 180 grados exactos y tenes el mundo dado vuelta de tanta rabia y negación. Y a esas alturas no te queda más que negociar. Negocias con la realidad. Negocias, es decir que llegas a un acuerdo, a una especie de punto medio, donde no ganas totalmente pero tampoco lo perdes todo. Puede que te sientas conformista o hasta estúpido, pero tenes que bajar el nivel de tus pretensiones porque de a poco empezas a darte cuenta que no tenes el poder que creías tener y el mundo se te empieza a venir abajo. Y cuando pasa eso, cuando por fin te das cuenta, sabes que algo tenes que cambiar aunque todavía no estes preparado para ceder el trono y rendirte ante la verdad (una verdad que te empeñas en negar desde un principio por lo complicada y jodidamente dolorosa que parece ser). Pero cuando negocias... de alguna forma cuando negocias bajas tus defensas. El enorme muro de ladrillos negadores y columnas fuertes y rabiosas que habías formado empiezan a flaquear y la depresión se hace parte de vos. Tu castillo se derrumba por completo y caes en eso que venías tratando de evitar desde el comienzo. Y ahí es cuando te das cuenta de que se trata de algo de lo que no se puede escapar: podemos hacer trampa o buscar atajos jugando las cartas del odio y la represión, pero en verdad no vamos a hacer más que retrasar el proceso y tal vez hacernos peor. Nada de todo eso va a cambiar la realidad. En algún momento vamos a caer bajo sus efectos. No nos queda otra que hacerlo. Sino sucumbimos de una vez por todas, no hacemos más que aferrarnos al dolor. Y cuando finalmente se calló el castillo no podes dejar de llorar ese vacío enorme que te absolutiza por completo. Estás roto. El derrumbe es desconsolador. Si tuviste que hacer uso del odio y la negación es porque el daño es terrible y enorme.
Pero cuando el polvo se asienta y uno se acostumbra a ver todo hecho mil pedazos, cuando el destrozo es lo que es y ya no impacta más, entonces es cuando nos damos cuenta de que para pasar ese mal trago solo nos queda aceptar. Aceptar el dolor, el derrumbe, el vacío total de algo que antes lo era todo, y empezar de cero. Juntar todo y volver a construir. Aceptar que sufrimos y que tenemos que hacerlo para poder salir de eso de una vez por todas. Aceptar que vamos a quedar marcados y que nada va a volver a ser igual, pero de todas formas intentar alguna cosa, la que sea. Aceptar el dolor y esperar a que pase.

De todas formas la historia puede ser otra. Se puede, por ejemplo, empezar por el final y aceptar de entrada el dolor. Entonces esa aceptación te llevará a la depresión y, ante tan desolador estado no te quedaría más que negociar con la realidad para salir de ese punto. Para eso te enojarías, usarías la rabia como mecanismo de defensa y taparías el dolor con un montón de odio. Y por último terminarías negando. Negando que sufriste, que estuviste deprimido y que para salir de eso te enojaste cuanto pudiste. Y así reprimirías.

El punto es que hay cinco estados del dolor. Son diferentes en cada uno de nosotros y pueden darse en diversos órdenes, pero son siempre cinco: negación, rabia, negociación, depresión, aceptación.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La insoportable levedad del ser


Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht). 

Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.

¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?

La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.

Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.

Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?

Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?

Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.

¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.
MILAN KUNDERA

lunes, 3 de septiembre de 2012

El sujeto


Llegamos a la idea de que la figura del sujeto es tan fuerte que aunque no esté físicamente ahí, está presente de todas formas. Por lo general estamos sujetados a la idea del sujeto.
Creo que yo terminé de captar esto con un ejemplo. Un ejemplo que vi claro, gráfico y real en medio de la clase. Un ejemplo que me rozó y me hizo parte de él.
El ejemplo es el siguiente: cuando llegamos a la primera clase esperamos (y creemos saber) que va a haber un profesor que nos va a dar una bibliografía, nos va a presentar la materia y, con suerte para algunos (o no), nos va a explicar algún tema en lo que reste del tiempo. Sin embargo, en esa clase (tan particular, por cierto), nos sentíamos perdidos. Después de estar expectantes y con el radar prendido, a medida que el tiempo iba pasando y cada vez teníamos menos certezas, empezamos a preguntarnos. Nos interrogamos sobre si nos habíamos equivocado de aula y cuando por fin nos convencimos de que no, la única certeza que encontramos fue el hecho de saber que no entendíamos nada. ¿Quién era el profesor? ¿había profesor? ¿éramos todos alumnos o había gente de otro lado? ¿de que iba todo eso? Así que a pesar de estar todos ahí sin saber quién era el profesor y quiénes eran los alumnos, de alguna manera cada uno de nosotros nos encontrábamos buscando al profesor. Todos estábamos pendientes, tanteando, observando, buscando esa figura. Y aunque no estuviese físicamente, estaba ahí, más presente que nunca entre todos nosotros. Nadie ocupaba su lugar pero de todas formas estaba clara su presencia, sustentada en la búsqueda de ese sujeto.
Estamos anclados.

piacere

Mi día generalmente empieza con un café. Es verdad que antes de tomarlo o incluso prepararlo, ya me lavé los dientes y la decisión de arrancar el día está tomada. Pero el café es el verdadero comienzo. Digo que si por algún motivo no me lo pudiera preparar, se abriría una especie de debate entre yo y mi y debería haber mucha fuerza de voluntad en el medio para que Lu no termine nuevamente en la cama tapada hasta el cuello.
Pero en el caso de que las cosas sigan su rumbo esperado: tres de café y dos de azúcar mientras se calienta el agua en la pava eléctrica. Una vez mi amor líquido me había dicho que el mejor café se preparaba con más cantidad de azúcar que de café, pero nunca le seguí el apunte. A pesar de que le ponga mucha, mucha azúcar una vez listo, me parecía una facilitación demasiado grosera a la hora de prepararlo. La onda es ver como a medida que lo mezclas se va haciendo una pasta más espesa y clarita, pero si de entrada lo dejas así ¿qué gracia tiene? Capaz lo único magnífico que encontraba él en ello es que el café tenía cuatro o cinco cucharadas de azúcar y uno suele ponerle solo dos o tres, por mero protocolo. Pero no jodamos: el café dulce es un afrodisíaco.
Entonces otro tema es el de las tazas. Tengo un fetiche con las tazas: si tengo un mal día o un buen día, pero sobre todo si estoy bien de malas, no puedo no comprarme una taza. Es algo que trato de no comentarlo con nadie y que ya ni me gasto en controlar. Pasar por un bazar es una especie de perdición. Cuando lo vi, aunque sea de lejos, ya se que voy a terminar conflictuada porque aunque siempre esté la más linda, está también la otra y la otra y la otra también, y te queres llevar por lo menos tres tazas a tu casa. Y el punto es ¿cuál compras? Antes tenía mi taza predilecta: era amarilla, alta (muy alta), ovalada (como si te dijera redondeada), donde cabía por lo menos medio litro. Pero un día mi madre no tuvo mejor torpeza que romperla, casi como si quisiera graficar de alguna manera el momento de mierda por el que estaba pasando todo mi estado anímico. Así que ahí estábamos: mi taza y yo hechas mil pedacitos, tiradas en el suelo, listas para ser recicladas. La cuestión es que ahora tardo un rato en elegir en qué taza tomar, y aún cuando la elijo no puedo dejar de pensar en la amarilla, uno de los más bonitos obsequios que me hizo mi amor líquido hace algunos años. Es que la realidad es que esto del café lo compartíamos bastante. Competíamos por ver a cuál de los dos le quedaba mejor el batido (y a decir verdad nunca terminé de estar segura de si a él o a mi aunque, claro, él siempre decía ser él y yo, yo). Y cuando íbamos a los supermercados de los grandes siempre detectaba el sector de tazas antes que yo y se quedaba conmigo eligiendo cuál íbamos a llevar: era una suerte de cuestión implícita el hecho de que alguna de todas esas hermosas tazas iba a terminar con nosotros. Y me conocía: así que cuando ya estábamos entre dos hacía largo rato, terminábamos haciendo algo de trampa para salir de allí y poder volver a casa. La taza amarilla, sin embargo, fue amor a primera vista.
Cuando no estoy en mi casa por lo general tengo que tomar café de máquina. No lo prefiero, en absoluto, pero no deja de ser café. De hecho hace poco aprendí a usar los filtros y demás. Fue con él, que un día me contó que su día empezaba cuando tenía una taza de café en la mano. Entonces me hice la imagen mental en la cabeza y desde entonces intuyo que lo quiero un poco más (si es posible).
Lo malo del polvito marrón con el más rico olor, es cuando te pasas con la cantidad de agua y el batir es muy poco atractivo. Pero a estas alturas, después de casi 7 años de tener al café como religión personal, no paso más por esos problemas.
Así que servís el agua y ta-ran: café listo. Y entonces viene la peor (o más divertida, según el caso) parte de todo: el dibujo que se forma con la espuma. A veces me dan ganas de cerrar los ojos y no ver, pero en definitiva pensas que, mientras no sea un corazón, el día marcha bien.