miércoles, 2 de diciembre de 2015

matices

Hay tradicionalmente un argumento político en la Argentina que consiste en decir que todos los demás son iguales. Claro, son iguales para el que no percibe los matices. Por ejemplo: para mi sobrino que no sabe leer, El Quijote y el El caso nueve dedos son iguales. En cambio si alguien lo sabe leer (y lo sabe leer bien), cuanto mejor lea más diferencias encontrará. Es decir, encontrar que todos los demás son iguales es más bien un problema del que juzga, no de que los demás sean iguales. Cuánto más iguales ves a los candidatos es que menos inteligencia tenes. No digo que sean todos buenos, a lo mejor es cierto que sean todos malos, pero no igualmente malos, no son iguales. No son iguales. Le hace un flaco favor a la izquierda ese argumento, porque evidentemente la metodología del razonamiento de la izquierda clásica debe encontrar, tiene la obligación de encontrar matices entre lo que es el neoliberalismo, entre lo que es la clase media, entre lo que es un candidato tibio. Y algunos son de derecha, otros son progresistas (quizás no lo suficiente), pero ¿por qué no lo definen bien? No es que sean iguales. Podemos hasta estar de acuerdo en que no son adecuados, pero tenemos que decir por qué no son adecuados, no que son iguales. A mi no me gusta eso. Pero estoy casi pidiéndote que me digas otra cosa. El gran defecto de Macri no es que es igual a Mazza; no; es otro quizás. Y me gustaría que vos dijeras, ya que estás en una posición ideal para ser crítico - y crítico de verdad, porque no tenes intereses contraídos, entonces podes ser crítico. Si alguien puede ser crítico en este espectro político es la izquierda, y se pierde la oportunidad de ser crítico diciendo que Macri, Scioli, Mazza, Stolbizer son iguales, ¡Claro que no son iguales! Claro que no... son bien distintos. Y encontrar los matices y señalar de qué manera tan distinta no nos gustan es una obligación de los partidos de izquierda. 
El asunto es en qué lugar queda el tipo que lo está diciendo. El tipo que lo está diciendo tiene que hacer valer sus herramientas que son el análisis de lo que está viendo. Pero es igual que yo dijera "miren, todos los libros que están en esta biblioteca son iguales, ¿saben por qué? porque no los leí". Son iguales para mi que no los he leído, pero si alguien los hubiera leído encontraría que no son iguales. 
(Ahora bien, es preferible leerlos que no leerlo.) 
Alejandro Dolina.





some questions


Estimado Señor Presidente, venga a caminar conmigo. Pretendamos ser solo dos personas y que usted no es mejor que yo. Me gustaría hacerle algunas preguntas si podemos hablar honestamente.
¿Qué siente cuando ve a todos los barrios en la calle? ¿Acaso reza por la noche antes de irse a dormir? ¿Qué siente cuando se mira al espejo? ¿Está usted orgulloso? 
¿Cómo duerme mientras el resto de nosotros llora? ¿Cómo sueña cuando a una madre se le hace imposible decir adiós? ¿Cómo camina con su cabeza bien en alto?
¿Puede mirarme a los ojos y decirme por qué?
Estimado Señor presidente, ¿si fuese un chico solitario? ¿acaso es usted un chico solitario? 
¿qué podría decir? 
Si los niños no son tomados en cuenta; no somos mudos ni tampoco ciegos: ellos están sentados en tus células mientras usted paga su camino hacia el infierno. ¿Qué clase de padre tomaría a su propia hija para ir por ese camino? y ¿qué clase de padre odiaría a su hija si ella fuese lesbiana?
Puedo solo imaginarme que la primera dama ha dicho: vendrás desde un largo camino con whiskey y cocaína.
¿Cómo duerme mientras el resto de nosotros llora?
¿Cómo sueña cuando a una madre se le hace imposible decir adiós?
¿Cómo camina con su cabeza bien en alto?
¿Puede mirarme a los ojos?
Déjeme decirle lo que es el trabajo arduo; es tener salario mínimo con un niño en crecimiento
Déjeme decirle lo que es el trabajo arduo; es reconstruir su casa después de que las bombas las desaparecieron
Déjeme decirle lo que es el trabajo arduo; es hacer una cama en cajas de cartón
Déjeme decirle lo que es el trabajo arduo
Trabajo-arduo. 
No sabe nada acerca del trabajo arduo.
¿Cómo duerme en la noche? ¿cómo camina con su cabeza bien en alto?
Estimado Señor presidente, nunca caminaría conmigo.

hasta que

I'll keep you locked in my head until we meet again, until we
until we     meet again.

I keep your memory, you visit me in my sleep, my 
darling 
¿Who knew?

jueves, 26 de noviembre de 2015

miércoles, 18 de noviembre de 2015

cuentos infantiles políticamente correctos

La Cenicienta 
James Finn Garner

Erase una vez una joven llamada Cenicienta cuya madre natural había muerto siendo ella muy niña. Pocos años después, su padre había contraído matrimonio con una viuda que tenía dos hijas mayores. La madre política de Cenicienta la trataba con notable crueldad, y sus hermanas políticas le hacían la vida sumamente dura, como si en ella tuvieran a una empleada personal sin derecho a salario. 
Un día, les llegó una invitación. 
El príncipe proyectaba celebrar un baile de disfraces para conmemorar la explotación a la que sometía a los desposeídos y al campesinado marginal. A las hermanas políticas de Cenicienta les emocionó considerablemente verse invitadas a palacio, y comenzaron a planificar los costosos atavíos que habrían de emplear para alterar y esclavizar sus imágenes corporales naturales con vistas a emular modelos irreales de belleza femenina. (Especialmente irreales en su caso, dado que desde el punto de vista estético se hallaban lo bastante limitadas como para parar un tren.) La madre política de Cenicienta también planeaba asistir al baile, por lo que Cenicienta se vio obligada a trabajar como un perro (metáfora tan apropiada como desafortunadamente denigratoria de la especie canina). 
Cuando llegó el día del baile. Cenicienta ayudó a su madre y hermanas políticas a ponerse sus vestidos. Se trataba de una tarea formidable: era como intentar apelmazar cuatro kilos y medio de carne animal no humana en un pellejo con capacidad para contener apenas la mitad. A continuación, vino la colosal intensificación cosmética, proceso que resulta preferible no describir aquí en absoluto. Al caer la tarde, la madre y hermanas políticas de Cenicienta la dejaron sola con órdenes de concluir sus labores caseras. Cenicienta se sintió apenada, pero se contentó con la idea de poder escuchar sus discos de canción protesta. 
Súbitamente, surgió un destello de luz y Cenicienta pudo ver frente a ella a un hombre ataviado con holgadas prendas de algodón y un sombrero de ala ancha. Al principio, pensó que se trataba de un abogado del Sur o de un director de banda, pero el recién llegado no tardó en sacarla de su error. 
-Hola, Cenicienta, soy el responsable de tu padrinazgo en el reino de las hadas o, si lo prefieres, tu representante sobrenatural privado. ¿Así que deseas asistir al baile, no es cierto? ¿Y ceñirte, con ello, al concepto masculino de belleza? ¿Apretujarte en un estrecho vestido que no hará sino cortarte la circulación? ¿Embutir los pies en unos zapatos de tacón alto que echarán a perder tu estructura ósea? ¿Pintarte el rostro con cosméticos y productos químicos de efectos previamente ensayados en animales no humanos? 
-Oh, sí, ya lo creo -repuso ella al instante. Su representante sobrenatural dejó escapar un profundo suspiro y decidió aplazar la educación política de la joven para otro día. Recurriendo a su magia, la envolvió de una hermosa y brillante luz y la transportó hasta el palacio. 
Frente a sus puertas, podía verse aquella noche una interminable hilera de carruajes: aparentemente, a nadie se le había ocurrido compartir su vehículo con otras personas. Y llegó Cenicienta en un pesado carruaje dorado que arrastraba con enorme esfuerzo un tiro de esclavos equinos. La joven iba vestida con una ajustada túnica fabricada con seda arrebatada a inocentes gusanos, y llevaba los cabellos adornados con perlas producto del saqueo de laboriosas ostras indefensas. Y en los pies, por arriesgado que ello pueda parecer, llevaba unos zapatos labrados en fino cristal. 
Al entrar Cenicienta en el salón de baile, todas las cabezas se volvieron hacia ella. Los hombres admiraron y codiciaron a aquella mujer que tan perfectamente había sabido satisfacer la estética de muñeca Barbie que unos y otros aplicaban a su concepto de atractivo femenino. Las mujeres, por su parte, adiestradas desde su más tierna edad en el desprecio de sus propios cuerpos, contemplaron a Cenicienta con envidia y rencor. Ni siquiera su propia madre y hermanas políticas, consumidas por los celos, fueron capaces de reconocerla.
Cenicienta no tardó en captar la mirada errante del príncipe, quien se encontraba en aquel momento ocupado discutiendo acerca de torneos y peleas de osos con sus amigóles. Al verla, el príncipe se sintió temporalmente incapaz de hablar con la misma libertad que la generalidad de la población. «He aquí -pensó-, una mujer a la que podría convertir en mi princesa e impregnar con la progenie de mis perfectos genes, lo que me convertiría en la envidia del resto de los príncipes en varios kilómetros a la redonda. ¡Y encima es rubia!» 
El príncipe se dispuso a atravesar el salón de baile en dirección a su presa. Sus amigos siguieron sus pasos en pos de Cenicienta, y todos aquellos varones presentes en la sala que contaban menos de setenta años de edad y no estaban ocupados sirviendo copas hicieron lo propio. 
Cenicienta, orgullosa de la conmoción que estaba causando, avanzaba con la cabeza alta, adoptando el porte propio de una mujer de elevada condición social. Pronto, sin embargo, resultó evidente que dicha conmoción se estaba convirtiendo en algo desagradable o, al menos, susceptible de producir disfunción social. 
El príncipe había declarado de modo inequívoco a sus amigos que tenía intención de «poseer» a aquella joven mujer. Su determinación, no obstante, había Irritado a sus compañeros, ya que también ellos la codiciaban y pretendían poseerla. Los hombres comenzaron a gritarse y empujarse unos a otros. El mejor amigo del príncipe, un duque tan robusto como cerebralmente constreñido, le detuvo a medio camino de la pista de baile e insistió en que él sería quien consiguiera a Cenicienta. La respuesta del príncipe consistió en un rápido puntapié en la Ingle, lo que dejó al duque temporalmente inactivo. El príncipe, sin embargo, se vio inmovilizado por otros varones sexualmente enloquecidos y desapareció bajo una montaña de animales humanos. 
Las mujeres contemplaban la escena, espantadas ante aquella depravada exhibición de testosterona, pero, por más que lo intentaron, se vieron incapaces de separar a los combatientes. A sus ojos, parecía que no era otra que Cenicienta la causa del problema, por lo que la rodearon dando muestras de una nada fraternal hostilidad. Ella trató de escapar, pero sus incómodos zapatos de cristal lo hacían casi imposible. Afortunadamente para ella, ninguna de sus rivales había acudido mejor calzada. El estruendo creció hasta el punto de que nadie oyó que el reloj de la torre estaba dando las doce. 
Al sonar la última campanada, la hermosa túnica y los zapatos de Cenicienta se esfumaron y la joven se vio nuevamente ataviada con sus viejos harapos de campesina. Su madre y hermanas políticas la reconocieron de Inmediato, pero guardaron silencio para evitar una situación embarazosa. 
Ante aquella mágica transformación, todas las mujeres enmudecieron. Liberada del estorbo de su túnica y de sus zapatos, Cenicienta suspiró, se estiró y se rascó los costados. A continuación, sonrió, cerró los ojos y dijo: 
-Y ahora, hermanas, podéis matarme si así lo deseáis, pero al menos moriré contenta. 
Las mujeres que la rodeaban volvieron a experimentar una sensación de envidia, pero esta vez enfocaron la situación desde una perspectiva diferente: en lugar de perseguir venganza, comenzaron desprenderse de los corpiños, corsés, zapatos y demás prendas que las limitaban. Inmediatamente, empezaron a bailar a saltar y a gritar de alegría, pues se sentían al fin cómodas con su prendas interiores y sus pies descalzos. 
De haber distraído los varones la mirada de su machista orgía de destrucción, habrían podido ver a numerosas mujeres ataviadas tal y como normalmente acuden al tocador. Sin embargo, no cesaron de golpearse, aporrearse, patearse y arañarse hasta perecer todos, desde el primero hasta el último. Las mujeres chasquearon los labios, sin experimentar remordimiento alguno. 
El palacio y el reino habían pasado a ser suyos. Su primer acto oficial consistió en vestir a los hombres con sus propios vestidos y afirmar ante los medios de comunicación que los disturbios habían surgido cuando algunas personas amenazaron con revelar la tendencia del príncipe y de sus amigos al travestismo. El segundo fue fundar una cooperativa textil destinada únicamente a la producción de prendas femeninas confortables y prácticas. A continuación, colgaron un cartel en el castillo anunciando la venta de CeniPrendas (pues así se denominaba la nueva línea de vestido) y, gracias a su actitud emprendedora y a sus hábiles sistemas de comercialización, todas -incluidas la madre y hermanas políticas de Cenicienta- vivieron felices para siempre.

sábado, 14 de noviembre de 2015

desencantos

Te extraño. Más claro echale agua. 
Y no es que extrañe verte (aunque también). Extraño tu esencia cuando éramos en días de invierno y verano y pasábamos las tardes y las noches al ritmo de un sin-fin de sin-sentidos significados por nuestros delirios racionales de momento, que se hacían de un algo imperceptible que llegábamos a captar y entones empezaba ese laberinto sin-principio-ni-final que nos apurábamos en recorrer y que improvisábamos al compás de sonrisas, miradas, palabras y no mucho más. Y se nos pasaban las vueltas del reloj jugando como niños adultos, entre María Elena Walsh, un par de  tizas de color, tu voz en la guitarra mientras mi yo en una siesta, y las películas de Chaplin o los cortos, algún cuento de Cortázar y siempre así, ese camino que fluía entre mi vos y tu yo.
Y ahora no te encuentro. No te busco ni paso por esos senderos hace mucho tiempo. No te encuentro en lo espontáneo. Quizás, de broma en broma en el 2022 nos lleguemos a encontrar, quizás mañana, quizás en algún momento, en alguna calle empedrada o en algún piso de madera. Pero... el pero corta. Pero es objeción. El pero niega todo lo antedicho. El pero es la verdad. ¿Pero y si no? Entonces escribo, para encontrarme con vos en mi desde algún lugar, que por más abstracto que sea me hace de atajo, de trampa a la distancia, a la tensión, a ese cambio grisáceo de sabor amargo mate en el que no nos encontramos más, porque cuando me encontras no estoy, como si te invitara a jugar a las escondidas en un espacio oscuro, donde tal vez estemos al lado pero no podamos vernos, como si faltara luz, como una percepción fallida; y cuando te encuentro vos no estás, como si un témpano lleno de frío y más frío pidiese la misma luz, el mismo fuego de colores que se nos perdió por ahí y nos dejó a ciegas en ese laberinto de delirios
des-encontrados. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

miércoles, 26 de agosto de 2015

sentimientos que respiras



La soledad se esconde tras tus ojos



NO QUIERO SOÑAR MIL VECES LAS MISMAS COSAS
ni contemplarlas sabiamente

Quiero que me trates (suavemente)

jueves, 16 de abril de 2015

lunes, 6 de abril de 2015

eso


¿Cómo sería eso del mate?
¿Cómo sería eso del amor?

Que si hierve se lava, que si está frío se lo tiró.
Que si está a punto, se lo toma hasta quedar vacío.