martes, 31 de mayo de 2016

el eclipse no fue parcial

Tu sonrisa, por sobre todas las cosas. Digo esa que ponías cuando me mirabas y se te achinaban los ojitos, te brillaban de picardía; balanceabas un poquito la cabeza de lado a lado, acercándote, rozando mi nariz. Entonces me agarrabas de la nuca y me dabas un beso. ¡Tan vos! Yo hacía que me quejaba, sonriendo, y te retaba "¡no me des un beso consuelo!". Eramos dos nenes jugando, porque en realidad, la verdad de la milanesa es que no había nada como tus besos consuelo. Por eso te los dejaba hacer y, hasta a veces, casi te los robaba, como dándote permiso, como muriéndome de ganas de esa sonrisa linda pero linda, digo de esas que son  l i n d a s,  de esas que te llenaban toda la cara y eran todas para mi, tuyas, mías, nuestras, más tuyas que mías pero no tan tuyas como mías y de todas formas de los dos. Y vos claro, te reías, me agarrabas la cara con tus manos y me decías con con tu voz de niño inocente-mentiroso que no era un beso consuelo; pero no te lo creías ni vos. Y para cuando me mentías así, tan descaradamente, ya me estabas agarrando de la cintura con la mano que no tenías en mi cara, y nos estábamos riendo juntos. Te acercabas buscando mi boca como pidiendo perdón, como si te la hubiese dejado servida, como si no te hubiese quedado otra que reírte de mi o como si fuese la última vez, pero la última. O peor, como pidiendo una eterna "una más", "una vez más de esto que me gusta tanto". "Dale, si vos también te estás riendo, a vos también te encanta, dale...", pedían tus ojos. Y entonces venía el beso. El beso que empezaba como salido de una risa y terminaba en un mar profundo, en un ir-y-venir en el que yo me ponía a jugar con tu pelo y vos me envolvías con tus brazos. Desaparecía la risa en algún momento, y reaparecía en forma de son-risa. Y casi sin querer queriendo, poquito a poquito se despegaban nuestros labios, jugando la danza de la histeria, y se empezaban a rozar nuestras narices. Y ese gesto, ese nariz-con-nariz donde nos encontrábamos cada tanto, era la señal de que habíamos hecho las pases. Era, en algún punto, como aceptar un empate. Algo así como que por más que me encante pelear, cuando vos me ponías esa sonrisa (la sonrisa compradora) valía todo; y como no valía que valiera todo, como trataba de enojarme aunque no podía evitar la alegría que me brotaba cuando te veía en tu ser travieso que tanto me gustaba, entonces nos hacíamos risa, nos hacíamos beso, nos hacíamos caricia, nos hacíamos ser. Y, por sobre todas las cosas, nos hacíamos felices 
desde los pies hasta la punta de la cabeza