martes, 28 de agosto de 2012

Silencio

¿Qué es el silencio? ¿Qué entendemos por silencio?

Si buscamos la palabra en el diccionario figura: "abstención de hablar", "falta de ruido".

Mi primera clase de Grupos fue particular. El punto es que puede decirse a grosso modo que la materia fue, es y va a ser "diferente". Se propone, de alguna manera, salir de los protocolos e ir más allá. En algún punto me remite a la filosofía. Y la filosofía es algo con lo que lidio a menudo pero sin darme cuenta: uno puede hablar filosóficamente sin darse cuenta que en algún punto está hablando de filosofía. La cuestión es que la filosofía me está volando la cabeza: me gusta y no la soporto a la vez. La parte de no soportarla seguramente tenga que ver con esto de que va más allá de todo (demasiado más allá). La veo como un exceso. Un desencuadre total. 
"Me vuelve loca" le decía a él, que casi divertido de escucharme hablar y verme enloquecer con cada clase y cada "supra-visión", me respondió (creo que para seguir en la misma dinámica "filosófica", tan abstracta, atrapante, encantadora y terrorífica, tan necesitada de sentidos que no tienen sentidos y de contradicciones no contradictorias): "te vuelve loca porque no soportas que te guste algo así". Puede que sea cierto. Hoy por hoy digo que no me gusta, pero no puedo dejar de hablar de ello.

Todo esto viene a que en nuestra primer clase de Grupos (o lo que para mi es más bien Filosofía), hablamos sobre el silencio. De repente estábamos todos en una ronda sin entender demasiado de qué iba todo eso. No sabíamos si había o no profesor, quiénes eran alumnos, si era o no una clase, si había o no bibliografía o si en algún momento íbamos a encontrarle hilo conductor a todo aquello. Y por unos momentos lo único que nos unió fue el silencio. Y como era lo que parecíamos tener todos en común, nos pusimos a hablar de eso. 
Suena un poco contradictorio si te pones a pensarlo ¿no? ¿Se puede hablar el silencio? Hablábamos de algo que estábamos rompiendo por el simple hecho de estar hablándolo.

¿Es abrir un espacio el silencio?
En ese momento parecía ser un cartel enorme de bienvenida. 

Alguien dijo que el silencio comunica sin hablar. Y algún otro se preguntó algo que me llamó poderosamente la atención y me hizo sonreír mientras lo escribía: "¿qué pasaría si se levantara el volumen de los pensamientos durante el silencio?". Creo que en ese momento todos nos divertimos con la idea en nuestro foro interno. El silencio es un sin fin de pensamientos que no se dicen pero están. Es algo implícito. ¿Y cómo sería que todos dijéramos lo que sea que se nos pasa por la cabeza sin tener en cuenta el qué dirán, sin sentirnos estúpidos o sin justificarnos con el típico "es una boludez, no tiene sentido"? ¿Qué es el sentido? Yo creo que todo puede tener sentido o que nada puede tener sentido, y que todo puede no tener sentido, precisamente porque el sentido de las cosas es su falta de sentido. ¿Quién sabe?
Podría decirse que el silencio es algo distinto para cada uno de nosotros y para cada momento o contexto en el que se lo viva. Así, para algunos es una forma de comunicar y, por derivado, hay distintos silencios para comunicar distintas cosas. Hay quienes lo usan para escuchar, para adherir, para no ser ofensivo. Pero también se habló del silencio que se usa cuando no hay más nada que decir, cuando las palabras sobran. Otros distinguieron dos tipos de silencio: uno que puede ser cómodo y otro que muchas veces resulta  incómodo según la manera de interpretarlo o tolerarlo y según cuánto podamos disfrutarlo. Alguien dijo algo que puede que sea una obviedad, pero que como tal muchas veces olvidamos: existe el silencio para las actividades que lo demandan, como lo es por ejemplo la lectura de un libro.
El silencio puede usarse para hacer pausas, para omitir, para tomarse tiempo, para dudar y para comunicarse sin hablar: mirando, oyendo o moviendo. Yo creo que el silencio puede ser una necesidad, una intención, un pedido que no encuentra palabras o, sencillamente, puede ser todas esas palabras que no se dijeron. 

El silencio puede llegar a decir mucho más que las palabras y puede tener un significado lingüístico igual de importante que el de las cosas que se dicen. Y si se quiere... hasta puede llegar a ser más intenso. 

Así que hablar del silencio nos llevó a ese tema tan estudiado en la carrera de Psicología: el lenguaje. Y el lenguaje, justamente, no tiene por qué ser hablado. Aunque a veces necesitamos hablar, aunque en esa clase estábamos todos hablando precisamente del silencio, hay veces que también es necesario callar. Callar no por omisión, ni por respeto, ni por inseguridad. Callar ni más ni menos que porque necesitamos silencio.

domingo, 26 de agosto de 2012

Eterno retorno

La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.

¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?

Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.

Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.

Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.

No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?

Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.
MILAN KUNDERA

sábado, 25 de agosto de 2012

uno versus uno

Tengo una teoría: cuando todo parece ir en contra tuyo, lo que en realidad pasa es que sos vos el que está a contra-mano del mundo. 
Son los locos los que dicen ser víctimas de todo ¿no? Se supone que sino hay que darse cuenta que en verdad el mundo entero no puede haberse confabulado en contra nuestro: se trata de uno mismo caminando para el otro lado. Lo que pasa es que a veces es difícil percibirlo y, por lo general, uno logra verlo cuando está siendo aplastado por ese mar de gente y ese mar de cosas y ese mar de mundo que sigue avanzando a pesar de nuestra equivocada dirección.
Nadie nos avisa que vamos al revés. Nadie nos pone un cartel que diga que vayamos para el otro lado. Nadie nos agarra y nos da vuelta, ubicándonos mejor sobre la Tierra para que no nos lleven puestos y podamos avanzar. Y si lo hacen ¿acaso somos capaces de verlo?
Pero cuando las cosas están lo suficientemente mal como para que nos re-planteemos nuestro andar... Digo que cuando escuchamos el temblor, cuando vemos que todo se nos está por venir encima, cuando dejamos de ser omnipotentes y por fin nos damos cuenta que no es el mundo el que está en contra nuestro sino nosotros, que vamos en contra de todos
¿Entonces qué?

Y en esos días de derrumbe total; en esos días donde no queres salir de la cama, donde te cambia la visión de las cosas y las fuerzas no te dan más para ir en contra de todo y de todos. Bueno, en esos días es donde me termino convenciendo de que indefectiblemente soy yo. Tengo que ser yo. Porque sino, sinceramente ¿qué sentido tiene todo esto?

miércoles, 15 de agosto de 2012

A reír sin preocuparme

rincón - eterno - de - las - palabras


A hablar mal del "qué dirán", a ver temblar la seguridad, a ser distinto a lo que se parece. 
A derivar los muros de mi mente, a ser un poco menos consciente. 
A fantasear, a afilarme bien los dientes, a acabar con mis pensamientos decentes, 
a asesinar a las verdades que mienten.


Siempre está conmigo tenga o no tenga razón.

Reencarnación

Amo los días de lluvia. Todos lo saben. El día se desintegra en pesadas gotas y alguno siempre se acuerda de Lu. ¿Por qué? Porque no solo me gusta que llueva en cualquier día y a cualquier hora, sino que me encanta. 

Es verdad que a veces arruina ciertos planes, pero lo cierto es que no me importa, porque la realidad es que reformular el plan a costa de la lluvia nunca está tan mal. 
Es como un improvisto. Los días sin lluvia son los "normales", los que uno espera, los que no acarrean nada distinto. En cambio cuando llueve... Ahí te ves: mojado, buscando un paraguas a las apuradas para no llegar tarde al laburo, viendo que te vas a tomar ahora que los subtes no andan, tratando de encontrar el piloto (nunca a mano) para estar preparado para esperar al colectivo bajo la lluvia. No parece un panorama muy tentador ¿no? El punto está en cómo vea cada uno a la lluvia. Quiero decir que podes vivir el día con una sonrisa de oreja a oreja o, como le pasa a muchos, a las puteadas. 
Entonces llueve y no estaba pronosticado, así que te pones a preparar lo más rápido que puedas (porque sino sabes que esos cinco minutos te van a costar viajar peor que mal, parada, apretada y con el olor a humedad por todos lados) una muda de más en la cartera por si sigue lloviendo cuando salís del trabajo y tenes que ir a pilates, o a la facu, o a tomar algo con tu gran amiga a la que hace tanto que no ves. Y sino vienen las cancelaciones: que no hay transporte, que no llego, que no voy, que quiero dormir, que estoy "enferma". Porque seamos sinceros: los días así dan ganas de quedarse en la cama, taparse hasta la cabeza y no pisar la calle por nada del mundo. El lema de la lluvia, en nuestro foro interno, reza algo así como "hoy me visto de pijama y me quedo en casa en honor a la madre naturaleza".

Capaz simplemente me gusten estos días por mis ganas de nada más que de quedarme en casa, en la cama, viendo una película, comiendo helado y tomando café. Capaz en estos días encuentro la excusa perfecta como para desligarme del mundo, las responsabilidades y los compromisos y hacer ni más ni menos que nada. Y tal vez, en una de esas, me siento acompañada y contenida por un mundo que no entiende pero me sabe. Sabe que pasó algo. Sabe que a pesar de que todo siga, algo cambia las cosas. Algo vuelve todo más mojado y más gris y más insoportablemente húmedo. Algo te da ganas de parar, de parar por un rato y dejarte caer. Algo... hay algo que flota en el aire y te dice que hoy no es como cualquier día. Que hoy no podes seguir como si nada. Y que aunque el cielo parezca caerse a pedazos, aunque parezca no poder más, en realidad la cosa sigue. Sigue, aunque distinta: los autos activan sus parabrisas, las personas se ponen otra ropa, algunos ni siquiera salen de su casa y a otros se les da por la melancolía. Porque días así traen melancolía. La alegría viene solo por el hecho de poder vivir esa melancolía y hasta quizás, quién sabe, ese pequeño dolor de hace tantos años, sin culpa alguna. Hoy no sentís culpa porque el día te acompaña. Y aunque el mundo sigue, tenes una excusa, una pequeña e inocente excusa que solo es válida para vos, para parar un segundo, dejarte caer y ponerte como el día. Hoy tenes vale para recordar y no estás solo: afuera el cielo truena tu dolor y llora tus lágrimas. Y aunque vos simplemente digas que te encanta la lluvia, que no hay nada como un día bien mojado, bien nublado, que al despertarte lo único que hace es hacerte pensar en cuando vas a volver a tu casa y vas a estar metido en la cama para hacerle culto a esas gotas mojadas. Aunque te aferres a unos cuantos capítulos de esa serie que te rompe el corazón pero te hace encontrar todos tus pedazos, bien rotos, en alguna parte tuya. Aunque no dejes nada de ese chocolate para que el cuerpo reciba algo de endorfnas y aunque te tapes hasta el cuello con el acolchado para sentir que nadie te ve y que algo te protege. La realidad, la maldita realidad desde que tenes 13 años es que te encanta la lluvia porque ese día, hace tantos años, debería haber estado así. Algo, alguna condenada cosa, debería haberte dado algo de consuelo. Lo que debería haber pasado, lo que no pasó, es que algo más allá de vos te debería haber sostenido mientras vas caías bajo las circunstancias de la insoportable realidad. Porque caer, a veces, hace falta. Hace falta tomarse un día y respirar. Dejar de aguantar y soltar todo el aire que venís conteniendo para que después, en algún momento, vuelva a salir el sol y puedas respirar mejor. 

Así que cuando llueve estás contenta: estás contenta porque algo más allá de vos, algo que solemos llamar cielo, se cae a pedazos. Porque, de alguna manera, la gente cambia su andar por el estado del día y porque, en cierto punto, uno se permite caer, al igual que el día. ¿Quién va a notar una lágrima en medio de la lluvia? Así que seguís, con el mundo a cuestas, porque la vida sigue y eso lo sabes bien, pero estás contenta de que la lluvia te acompañe y hasta casi te abrace en eso que llamamos no-te-olvides. Y como te sentís exactamente igual que el día sonreís: porque encontras un consuelo, porque hoy no sos vos la que se adapta al andar del mundo sino el mundo el que parece tomar la forma de tu andar y porque sos vos sin olvidos ni mentiras. Y no es que siempre tenga que ser así, sino sería todo muy triste. El tema es que hoy, cuando llueve así, es el día que no fue. Es la revancha del pasado. Es la reencarnación de algo que tendría que haber sido y no existió. Y eso, simplemente eso, te pone feliz. Así que te metes en la cama, te tapas hasta el cuello, pondes tu película favorita y con una taza de café en la mano escuchas las gotas que rebotan sobre el techo. Y así, sin más, te tomas el día como si fuese un regalo. Un hermoso regalo de ayer.

viernes, 3 de agosto de 2012

"Nada es más perfecto que este cielo igual de enojados que nosotros" le mandé a un amigo mientras estaba afuera, en el balcón, haciéndole compañía a la lluvia (¿o la lluvia me hacía compañía a mi?)
"Lo mejor" me respondió "es estar juntos en nuestro enojo, los tres".

Genial. Vacío total. Como siempre que no estás. Y entonces llegó el llamado de ella. "Igual no sé si el día está como nosotras o nosotras estamos como el día" le comenté. Me inquietaba esa cosa de pensar que si capaz no estuviese así de mojado, hubiera ido a la facu y después a su casa. Pero en cambio le pedí a mamá que me prepare un café y me tiré a ver la película más triste que encontré con Pepa. Entonces ¿yo me puse como el día o el día se puso como yo?
Ella, segura, sentenció que el día estaba como nosotras. "El cielo está así porque sabe que es un día para estar así y nada más que así".
Me convenció. Creo.

"Antes de que termine el día"

Compartir cosas tontas es, en realidad, compartir las cosas más difíciles. Quiero decir que las cosas más difíciles no son esas que más tiempo nos lleven o más esfuerzo requieran. Uno siempre quiere llegar al otro. Trata de profundizar, de entender, de hablar, de hacer. Hacer cosas grandes y grandiosas. Cosas lindas y perfectas. Y en realidad ¿qué mejor que hacer esas pequeñas cosas, bastante humanas e imperfectas, que nos hacen y nos llenan todos los días?

¿Por qué no hacer las tostadas pasadas si, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañar justamente mis tostadas quemadas?
¿Por qué peinarme prolijo, sin un pelito fuera de lugar si, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañar mi pelo todo alborotado?
¿Por qué ponerle menos sal a la comida si, en realidad, cuando no estemos juntos vas a extrañar retarme por el exceso de sal que me caracteriza a la hora de comer?
¿Por qué voy a tomar el café hirviendo si, en realidad, cuando no estemos juntos vas a extrañar que lo ponga en la heladera 5 minutos para que se enfríe rápido?
¿Por qué no cantar todo el día si, en realidad, cuando no estemos juntos vas a extrañar pedirme por favor que me calle con esa sonrisa fingida para que no me lo tome a mal?
¿Por qué no gritarte si, en realidad, cuando no estemos juntos vas a extrañar que me ponga histérica hasta que digas eso, justo eso que me haga sonreír y olvidarme de toda la bronca?
¿Por qué no decir sin-sentidos si, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañar reírte y enternecerte de mis absurdos? 
¿Por qué no amar a la lluvia si, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañar que te mande un mensaje o te llame solo para decirte lo feliz que me ponen las gotas que caen del cielo?
¿Por qué no mandarte un fragmento, una oración o una palabra de Rayuela sí, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañarme tanto que te vas a poner a leer la historia de la Maga y Oliveira?
¿Por qué llamarte menos por teléfono sí, en realidad, el día que no estemos juntos vas a extrañar que te suene el aparatito y tengas mi voz molesta del otro lado, un poco dormirda o un poco despierta, diciéndote alguna cosa?

Todo eso, claro, en el supuesto de que me quieras.
Y en ese caso, entonces ¿por qué hacerla tan complicada?
Y pienso: dicen por ahí, siempre, que lo bueno cuesta. Que lo que mejor nos hace y las cosas más grandes (o las pequeñas grandezas, si se prefiere), no se consiguen fácil y llevan tiempo y esfuerzo. Es un gran malestar que luego vale la pena más que ninguna otra cosa en el mundo. Pero ¿será así? ¿o se tratará de un mero, fingido y pobre consuelo?

Patas Arriba

Me despierto y lo primero que quiero hacer es seguir durmiendo. Seguir durmiendo para no acordarme de vos, de lo que sentimos ayer o de lo que vivimos hace tan poco. 
No, no fue una vez más de las tantas. Somos un círculo que sale de una y se mete en otra y así, nunca-en-paz nunca-tranquilos. Pero qué podemos hacer, si siempre el cariño nos sale tan bien.
El tema es que ya me había sonado el celular, ya había entrado Pepa a despertarme, ya mi mamá me había preguntado qué tal la noche de ayer, y resulta que fue imposible volver a conciliar el sueño.
Me siento rara. Me siento mal - un malestar que me lleva a la más abrumadora confusión. Como si hubieses movido una pieza dentro mío que, literalmente, me descolocó. Ahora no se lo que quiero y a penas se lo que no quiero. Hubiera preferido, toda la vida, que "me mates" (como dicen todos refiriéndose a lo que hiciste el año pasado cuando viniste a la puerta de mi casa a decirme que estaba muerta para vos). Hubiera preferido eso o al menos poder enojarme, putearte (putearte enserio, con bronca, casi con odio si se quiere; con esa fuerza de adentro que me empuje a no querer volver a verte ni hablarte ni saber nada de vos). Pero esa indiferencia no surgió esta vez. Contra todo pronóstico estábamos los dos sentados, uno al lado del otro, extrañándonos ya de ante-mano. Estábamos ahí y era cuasi-patético pensar que uno podría haberse puesto a consolar al otro y viceversa. Porque, en definitiva, no estábamos ahí más que tristes. Tristes almas, sino mueren de amor, tristes. 
Y ahora tengo el mundo dado vuelta y lucho. Lucho conmigo misma y con el utópico intento de consiliar mi mente con lo que sea que siento. Y esta vez, te digo, me dejaste, como diría Galeano, "patas arriba". 

Amor Líquido VIII

Época post-parciales. Entiéndase: perdido por perdido, ganado por ganado, en fin, no hay nada que hacer más que esperar los resultados. Unos resultados que alteran y nunca se sabe si van a cumplir con nuestras expectativas o no. Me refiero a que esta época es casi más tediosa que la anterior, la de parciales. No peor, pero sí más tediosa. Cada vez que te van a dar una nota se te quema la cabeza porque sabes que con eso se define si llegaste, si cumpliste con vos misma y lo que esperabas de vos. Entonces uno llega a la facultad esperando, expectante. Estás afuera del aula y ves las caritas nerviosas de todos y hay un suspenso que flota en el ambiente. Uno siempre tiene una idea de cómo le fue, pero... ¿pondrá 8 o 9? ¿será copada y me dejará un 4 o no habré llegado? Y esa que es una zorra, que se la da de buenita y a la hora de corregir demuestra cuánto necesita que se la pongan ¿volverá a menospreciar los exámenes o será más coherente con el criterio de correción? Cuestión que a todo esto, llegamos 10 minutos antes a la facu. Llegamos diez minutos antes y con un fastidio que ni te cuento porque nos van a entregar dos notas y sabemos que ninguna nos van a gustar completamente, y porque encima, encima de estar yendo a la facultad a buscar esas notas que no nos van a conformar, no tenemos monedas para viajar. Así que vamos caminando (lo cual si bien nos molesta, un poco nos viene bien). Ahora, afuera del aula, fumando un cigarrillo y esperando que se haga la hora, ves entrar al curso a una chica que te llama la atención tanto como la semana pasada. Sí, cursamos juntas la materia y resulta que es IGUAL a su mejor amiga. Entonces no podes dejar de verla, porque su mejor amiga también estudia psicología y es muy probable que te la puedas llegar a cruzar. Entendes que no es ella sólo porque no tiene esos ojos verde-perfecto que tiene la otra. Tiene unos ojos marrones oscuros. Pero de todas formas, te empecinas en no dejar de mirarla fijo, hasta que no te quedan dudas que el color es marrón y que ni por asomo hay un poquito de verde-oculto.
Después de unos minutos, cuando al fin te convenciste, te das cuenta que seguís tan nerviosa como hace un ratito. Así que sacas el celular y la llamas a ella. Su gran amiga, tu lejana amiga. En fin, "lo que queda de la unión" si se lo puede llamar así. En tu foro interno pensas que, de alguna manera, necesitas sentirte un poquito allá, en ese pueblito (un pueblito encantador en el que siempre encontraste consuelo hasta que decidiste segura y firme tomarte el micro de regreso y volver a tu casa). Y como no podes contarle a él lo parecida que es tu compañera de clases a su mejor amiga, la llamas a ella que es lo más cercano a él que tenes. Ella que te va a entender y va a saber de quién hablas.Y le contás. Le contas y cuando tu amiga te dice que puede que sea ella, que hay muchas posibilidades, le hablas de los ojos. Tu amiga la conoce. Como vos y como él. Ocurre que en ese pueblito del que hablamos, todos se conocen con todos, lo cual parece ser una especie de suerte (o, en algunas ocasiones, no tanto). 
Por fin entras a la clase. Tu profesora atraviesa la puerta casi triunfante con los parciales corregidos en la mano. La nota te decepciona. No es mala, pero no es lo que esperabas. No es lo que crees que te merecías. Y sin embargo ¿por qué estabas tan segura de que tu nota posiblemente oscile ese número? Varios compañeros se van una vez que ven los resultados de sus exámenes y otros tantos experimentan lo mismo que vos; pero aunque te sientas acompañada en el sentimiento necesitas salir a tomar aire. Así que salís un poco vacía, un poco decepcionada, un poco sin saber lo que queres. Y te sentas ahí, en ese banquito solitario que está al lado de las escaleras. Y pasa un abrazo vacío, como vos (y tal vez como él, que llegaba tarde a su clase y temía en sus ojos la nota que le entregaban hoy). Terminas el cigarrillo y volves al aula. Y ahí si, una murga uruguaya hace que la cosa se haga más amena. 

Al otro día conoces a uno de esos "chicos con derecho" que tiene una amiga con la que pasaste la tarde tomando mates y hablando de todo. Él, del que venís escuchando hace semanas, la pasa a ver y vos todavía no te fuiste. Así que luego de las presentaciones hablamos sin pelos en la lengua. Y algo en él, tal vez sus comentarios, su tono de voz, su manera de hablar, te causarían gracia y hasta casi burla sino fuera porque te remiten a algo que te saca una sonrisa. Y claro, te remiten a él, que está allá, quién sabe cómo y dónde. 

Para más, un día después, te enteras que tu amiga-representante-de-una-unión-que-ya-no-es tiene ese programita por el cual podes hablar gratis de celular a celular. Y entonces mientras le hablas y recibis su alegre respuesta, con tu amigo con el que estás pasando la tarde sale a flote algún comentario que termina en ella, su hermana, que también te figura que tiene ese programita, pero que eso ya es otra cosa... Otra cosa familiar, melancólica y complicada. Así que mejor a otro tema.

Así que estoy en post-parciales, y estoy esperando el bondi con mi amigo. Voy a ir a la facultad solo a buscar la tercer (y última) nota que me falta recibir. Y mi amigo me pregunta qué tal mi profesora, que si es tan mal cojida como parece en una de esas tenga solución. Y ahí le hablo de Nancy Dupláa. Un asunto que no puedo compartir con nadie más que con vos en mi foro interno: de estar nosotros hablando o en contacto, lo primero que hubiera hecho al escuchar hablar a mi profesora (la mal atendida) en la primera clase de la materia, hubiera sido mandarte un mensaje contándote de su parecido con Nancy Dupláa. A vos, que me entenderías, que te reirías, que lo sentirías algo casi personal. A vos que veías ese programa porque estaba ella y sabías que, solo por eso, yo lo iba a estar viendo. A vos que me llamabas y me decías que ponga tal canal, que estaba ella en una entrevista que le estaban haciendo. A vos. 

Pero vos, hoy, no estás. Y quizás no lo estés nunca más. Lo que es seguro es que no vas a estar por mucho tiempo.
Cosa normal todo esto. Nada loco. Nada raro ¿no? Sólo es cuestión de esperar a que termine la época post-parcial. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.
Julio Cortázar