miércoles, 30 de enero de 2013

El bien y el mal

Enorme moral que nos persigue a todos lados. Desde que somos chiquitos luchamos contra nuestros instintos, nuestras pasiones y nuestras ganas de ser. Nos atamos a un sin-fin de reglas que nos llevan a una lucha constante, a un tire y afloje entre nosotros mismos y el mundo entero. Pero la realidad es que no podemos culpar a nadie. Es como si el hombre, en alguna remota parte de su ser, necesitara casi para su vitalidad esta constante lucha interna. Es un juego de valores que van de lo singular a lo colectivo. Pero siempre hay un lado que tira más. Siempre aflojamos un poquito de allá. El problema es cuando la moral nos dice que está mal y el cuerpo, el alma entera, nos pide ese poquito más. "Es el último" nos prometemos, sabiendo la mentira que se esconde detrás de esas ganas irresistibles de perdernos hasta la locura. En el fondo, si necesitamos enunciar la palabra "último" es porque, indefectiblemente, se trata de un - posible eterno - ante-último. Entonces la tentación. Es loco ¿no? Supongo que tiene que ver un poco con todo esto de lo prohibido. Pero también tiene su lado aún más oscuro que nos dice que no nos va a hacer bien. No, eso trae consecuencias, vas a pasarla mal, no podes inventar la realidad, no te fugues, ¿qué estás haciendo? Y sin embargo no podes parar. Podes negarte, claro, pero llega un punto en el que tus resistencias flaquean y ya perdes la razón sobre el porqué-no de todo aquello. Y cuando te vuelve, cuando parpadeas por dos segundos y recobras el sentido de la realidad, te acordas de los mil motivos que te dicen que no tenes que hacerlo, que pares, que no está bien. Y aunque no tengas ni un solo motivo que te tire por el sí más que tu sonrisa dibujada en su mirada, eso parece ser más fuerte que todo lo demás. El corazón te salta y, sin más, saltas con él y te dejas caer. "Esto está mal" escuchas que te dice una voz desde lejos. Y el eco de Nietzsche te pregunta "¿lo harías un millón de veces?". Te mordes los labios, no sabes si de placer o de incertidumbre, y entonces te vas, te perdes, te hundis to
tal
mente.

Fuga

"Todos vivimos un poco siempre fugándonos" dice Pavlosky. Escapar pasa a ser algo totalmente normal. Estamos tan naturalizados a ese accionar y somos tan poco conscientes de él que si nos preguntasen, si acaso nos advirtieran que lo único que hacemos es huir, lo negaríamos inmediatamente, sin siquiera dudarlo. Es que si nos detuviésemos aunque sea un solo segundo a tener en cuenta la posibilidad, entonces todo nuestro muro, nuestra gran defensa freudiana, se nos podría venir abajo por completo. Porque negar, no nos olvidemos, es el mecanismo de defensa por excelencia. Es el que le abre las puertas a la represión. Es el que, a simple vista, nos protege de las bombas que podrían eclosionar a nuestro alrededor si tan solo viéramos la realidad tal cual es. Pero en última instancia ¿nos protege verdaderamente? ¿no nos hace cobardes, vulnerables e hipócritas? Pero a veces negar la realidad es (además de la más fácil, la más torpe y la más tonta), la única salida que tenemos a mano para poder seguir. No queremos. No queremos eso ni esto ni todo lo demás. Así que negamos. Negamos y, de yapa, nos fugamos.
Pero hay que tener en cuenta que la fuga es inesperada. Uno quiere escapar pero no sabe de dónde, ni cómo y, lo más importante, no quiere pensar en el por qué. Así que la cosa ocurre sin querer, sin saberlo y sin buscarlo. De repente cobras ese tinte saltarín que genera una bolsa llena de caramelos o un chocolate enorme - ya saben, esas cosas a las que uno indefectiblemente, por más empeño que le ponga,  no le puede evitar una sonrisa ni le puede decir que no. Sin principios, sin finales y sin planes, voy combatiendo tus preguntas y vos me mostras un escape, justo ahí, en esa esquina rota donde el viento vuela las hojas y las cosas se ven desde tu mirada. Y desde tus ojos, si vos supieras... se ve mucho mejor. Dolor, lucha, fuerza, brillo, dulzura. Veo todas las polaridades juntas en el destello de tu mirada y ya me perdí. No me gusta ¿sabes? Me doy cuenta que no te dejo ser más que esa fuga que aleja, que tapa, que, en una de esas, contra todo pronóstico, hasta lo borra. Y cuando te convertís en el viento, cuando borras miradas, palabras, roces y caricias, cuando sellas mi cuerpo con todo tu ser y hasta cuando me llega tu voz, aún en la distancia, con esa tonadita tan simpáticamente particular, me siento viva. Vos, con esa mezcla divertida de hombre y de nene de jardín, logras flaquear varios ladrillos. No todos, claro. Siempre hay algunos más fuertes y resistentes. Siempre están los que se comprometen y no abandonan, los que son como vos. Pero están también, junto a ellos, los que empiezan a dudar. Los que se dejan seducir, no por tu efecto sedador (anestesia de cualquier dolor), sino por tu mano que no me suelta. Igual - y solo porque no me queres soltar - me advertís.
Moves algo - creo que sos muy consciente de eso desde hace ya un tiempo. Yo, que estoy tan quieta después de tanto torbellino, que prefiero esperar sentada antes de abrir los ojos y sentir la vida desde este nuevo lugar, ahora empiezo a caminar. Lo hago casi a ciegas (nunca me gustaron los caminos trazados de antemano). Y a veces, como por reflejo, puede que te suelte de golpe, cuando caiga en la cuenta de lo que esté haciendo. Pero ganás. No me ganas a mi - esa batalla está siempre a tiro, en una guerra constante que nos vive y que gozamos. Digo que le ganás al muro. Y justamente en ese momento ganamos los dos.
Y ocurre que, para cuando me quiero dar cuenta, dejaste de tapar y verbalizaste un magnífico "puedo ser tu escape, pero no voy a ser sólo eso; vamos a hablar también". Ya habías entrado, pero a partir de ese momento dejaste de ser un intruso; se disolvió tu tanteo escurridizo y formaste un aluvión de olas de esas que sacuden todo el mar, refrescando, jugando, gozando el cuerpo que baila con la sal y vibra, completamente, en esa sensación. Cayó la duda. Cayeron algunos de los grandes, fuertes y resistentes barrotes en los que me había encerrado y entonces sentí que esa fuga era enteramente perfecta - siempre con la idea fija de que la perfección es la grieta de todo hueco. Brillé por vos
y te pedí, en un susurro quebrado
que nunca dejes de bailar.

el mar

Siempre digo que si tuviera que elegir un lugar en el mundo sería el mar.
Sí, sin lugar a dudas acudiría ahí
a escuchar la furia del agua,
la diversión de las olas,
la destreza del viento.

Si estuviese muy triste, muy feliz, muy de lo que sea, sería, precisamente, ni más ni menos, que la compañía perfecta. Quiero decir que siempre, en cualquier momento y a cualquier hora, vendría bien un poquito de mar.

Algo te grita.
Aunque los caracoles te pinchen los pies, aunque el frío de la arena te entumezca los deditos, aunque el viento parezca querer que camines para atrás
escuchas el sonido de la vida misma.

El mar es intenso,
profundo,
caótico.
Es un caos explendoroso.

De alguna forma, misteriosamente, pone todas las sensaciones a flor de piel.

Podes envolver una lágrima con una sonrisa y recordar ese beso con cada célula de tu cuerpo.
Te puede saltar el corazón de escuchar el eco de las palabras, esas mismas que en su momento solo te produjeron una mueca y, ahora, frente al mar, te estremecen de los pies a la cabeza.
Podes llenar todo tu interior con la inmensidad del mar o,
también
vaciar todo de vos en la grandeza de ese mismo mar hasta quedar
plena.

Podes armar el juego que vos quieras.
Con el ruido de las olas podes formar melodías y hasta inventarlas.
Podes enojarte con él, escupir odio y enfurecerte. Al final de la lucha, él va a estar esperando tu perdón o vos, desde algún lugar, vas calmar el fuego y rogar esa disculpa.
Podes, también, escuchar en su revuelta todo tu interior. Y entonces
sentirte vivo.
Porque aunque todo estuviese en un completo desorden, todo ese desequilibrio estaría en constante movimiento. Y ya saben lo que se dice... donde hay movimiento
hay vida.

Luego podrías jugar con las figuras de las nubes. Es como algo inevitable a veces. Uno encuentra lo que quiere, ¿no?

Creo que, en el fondo, un poquito, el mar te hace sentir que sos una hoja en el viento
(te lleva, te trae, te envuelte).
Te dejas ser, sin caminos ni barreras, ni modales ni recetas.

A veces creo que habría que vivir así.
Lo más bonito es cuando lo hacemos.
Uno puede vivir así, lo juro.
Mientras no dejes que la razón te coma la cabeza

Caer


Siempre dije que las cosas desde lejos se ven mejor. Es loco, porque cuesta una banda alejarse. Pero cuando estás allá, a distancia, cuando ves tu mundo entero desde el pico de una montaña, ves colores y hasta miradas diferentes. Podes llegar a extrañar a tu vieja, podes llegar a demostrar ese cariño que tanto te costaba, podes dejarte ser y podes dejarte caer sabiendo que hay unas cuantas manos esperando por vos. No me pregunten por qué, pero cuando caminas tu vida te podes llegar a perder sin disfrutar del laberinto. Vas atolondrado en esa inmensa vorágine y de repente te olvidaste de andar, de cantar y del sin sentido. Lo lindo de perderse se escurre, se opaca entre las calles asfaltadas; y los bonitos adoquines pasan a ser un montón de agujeros que estorban tu rápido corretear para llegar vaya a saber uno a qué estúpido plan que tenes programado. Entonces a veces... a veces hay que alejarse. Alejarse y caer. Caer puede llegar a ser mucho mejor que seguir a pie en la llanura.
Esta idea imperialista de que subir es la meta, de que siempre hay que apuntar más alto, no está del todo errada si pensamos que hay que subir hasta la cima del mundo solo para estar lo suficientemente lejos y ver con mejor perspectiva. Si lo vemos así nos gusta. Nos gusta porque esa idea, la idea de estar bien alto, implica inevitablemente desde el punto de partida, volver abajo. Caer. Caer te puede abrir las alas, te puede hacer sentir el vértigo en el medio del estómago, te puede alertar todos los sentidos y, de yapa, te puede abrir los ojos bien grandes para que puedas verlo ahí, desde esa esquina, esperando por vos con una birra en la mano.

minutos de una noche espléndida

Me dijeron que cuando perdes algo tenes que llenar el vacío con otra cosa
¿Qué vive por vos?
¿Qué siente por vos?
¿Qué mira por vos?
¿Qué ven tus ojos? ¿y cómo hago yo para volver a ellos? ¿Y si me olvido el camino? ¿nunca te dio miedo el olvido?
Creo que cuando el olvido te gana es porque la razón te abraza y no te suelta.
La vida tiene un ciclo, dice mi amiga. Y si lo vamos a pensar así, mejor nos vamos a dormir.
Me preguntaría qué sentido tiene pensar de esa forma, pero estaría cayendo en el mismo hoyuelo del sentido común y el por qué de todos los días y todos las calles perfectamente asfaltadas.
¿Y los empedrados? ¿Los tropezones? ¿Las esquinas rotas?
Y entonces, sin pensar ¿qué sentido tiene tu vos en mi ser, ocupando cada espacio de mi pequeño gran todo, reducido, nuevamente, a vos?
¿Nunca te pareció una ironía decir que todo se reduce a alguien?
Es que reducirlo todo a vos es la máxima expresión - y que chiquita es la expresión y el espacio del vocabulario para decir todo esto.
Volvamos mejor a tus ojos, que cada vez se me confunden más con los de él. No hablamos del color. Hablamos de la mirada. Las miradas puras, transparentes. Las miradas como las de él y
esas miradas
como la tuya.

Dejo acá escrito unos minutos de una noche espléndida y borracha y, ahora sí: me voy a dormir

con vos.                                                                                                

Nunca escribo sobre vos

Nunca escribo sobre vos. Aunque las palabras sean tu arma fuerte, aunque conmuevas a través de ellas y te muevas a su ritmo, todavía no encontré la forma de unirte al lenguaje. Ni siquiera me animo a hacerle trampa porque, tratándose de vos, uno no puede arriesgarse a pisar el palito y quedar enredado en un montón de letras, que forman sílabas y hacen sonar palabras, hasta que te queres dar cuenta de lo que estás diciendo y ya no podes parar. Resulta complicado igual, porque a veces en ese intento de no pensarlo mucho ni darle demasiadas vueltas, uno le termina dando más importancia de la que debería. Al fin y al cabo, el ciclo natural de las cosas, en algún momento, es hablarlas ¿no? Me refiero a que el hecho de que no haya palabras para vos puede hablar muchísimo más de lo que lo harían las palabras, si pudiera conjugarlas sin esa imbatible necesidad de borrarlas al terminar de escribirlas o pronunciarlas, para no saber lo que dicen. En una de esas sea, simplemente, que no salen las palabras. O tal vez, más allá de lo simple, quizás hasta pisándole los tobillos a lo complicado, no quiera enterarme lo que tienen para decir. Como sea, nunca escribo sobre vos. Pero espero que eso cambie. 

lunes, 14 de enero de 2013

ternuras que no son para este mundo



el aire se hizo todo azúcar con su voz 


y dicen que lo hizo hasta con el diablo 


es linda desde la cabeza hasta los pies 


y con su carcajada ronca me tentó


y... ¿qué más puedo pedir?


todo el tiempo anda a la pesca del vino que nos va a poner un poco tontos