martes, 26 de abril de 2011

Elizabeth Von R.





Cuando le resumí el estado de la causa con escuetas palabras - desde hacía mucho tiempo estaba enamorado de su cuñado -, se puso a proferir ayes. Que eso no es cierto, que yo se lo había sugerido, que no puede ser, que ella no es capaz de semejante perversidad. Y tampoco se lo perdonaría nunca. Resultó fácil comunicarle que sus propias comunicaciones no admitían otra interpretación, pero hubo de pasar largo tiempo hasta que le hicieran alguna impresión las razones de consuelo que yo le aduje: uno es irresponsable por sus propios sentimientos, y su conducta, el haber enfermado bajo aquellas ocasiones, era suficiente testimonio de su naturaleza moral.

Sigmund Freud

sábado, 9 de abril de 2011


                     "El lujo es vulgaridad", dijo y   me      con qui s tó

Contame

Contame que te escucho. Contame, que en una de esas se me escapa algo. Vos contame. “Contame” es lo que más te digo. Contame que me gusta: me gusta tu forma. Contame, dame un poquito y otro más y capaz…
Lee y contame. Contame que cuando hablas me das en qué pensar. Contame, que sos interesante. Contame que me divierte y si no, sino me sorprende. Contame, que hoy me desperté y tenía ganas de hablarte. Contame que capaz te empiezo a susurrar un poquito, despacito, en el oído. Contame que me encanta. Reíte, cantame, mirame, pero contame, contame siempre. Contame y  capaz te enteras de ese “algo de vos” y otro capaz confíe o se vaya el temor. Contame y esperame. Mostrame, retame, quéjate, pero no dejes de contarme, que a veces me enseñas y otras tantas me haces olvidar. Contame, que aunque de cuando en cuando no te preste mucha atención, soy caprichosa y me gustas más cuando me contas.
Contame, que mientras escribo esto te cuento: llegué a casa y cuando abrí la heladera lo primero que vi fueron dos porciones de pizza fugazzeta. 

jueves, 7 de abril de 2011

miércoles, 6 de abril de 2011

Lupas

Alguien que enseguida se puso a jugar.
Esa primera vez fue una excusa perfecta para compartir el momento. Estábamos ahí sentados esperando lo mismo; intentando apurar el tiempo para que llegue la noche. Fue una linda estrategia. Sí, voy a  reconocer que algo llamó mi atención, pero para ese entonces estaba bastante oscuro y no veía muy bien. Tampoco me interesaba ver.

Un tiempo después volvimos a jugar. Estábamos lejos, muy lejos de aquel primer encuentro en esa ciudad nublada y asfixiante. Una visión amplia, distinta; un paisaje sin palabras. Esta vez había luz. Sin embargo mi juego fue desastroso, casi gracioso.
Puede que el hecho de ver mejor – siempre más allá de lo que se veía desde casa – haya ayudado a que de a poco me fuera familiarizando con el tema. La cuestión es que al otro día ya estaba en cancha: ahora yo también podía jugar. 
Se movió más rápido que ninguno y llegó a mis peones antes que cualquiera; tiró la torre y rozó a la Reina. Lo raro fue que lo dejé. Lo dejé sin darme cuenta. Lo dejé porque me gustaba su andar, al principio muy despacio y cada vez un poquito más.

Noches de locura y un juego cada vez más dulce. De vez en cuando alguna lágrima, pero él… simplemente él. Me peleaba, me llenaba de sonrisas. Días enteros cargados de miradas. Así no me mires más.


Un viaje. El tablero se expandió de golpe y las fichas siguieron su curso. Ahora había mucha luz y parte de la culpa la tenía él. Él que me contaba y yo que me curaba. Un día también le conté. Le conté del sol y las estrellas y le regalé un pedacito de mi. Sin querer lo empecé a querer.

Creo que la convivencia es una lupa peligrosa. Puede engañarte mucho, tanto como esas caricias de ida, de viaje, de tan lejos