martes, 20 de noviembre de 2012

¿No te pasa que cuando decís algo, de repente, se vuelve realidad? Reite si queres, pero no podes negarme que es un poco así. Cuando colgas las cosas de una mirada o del centro de tu sonrisa, todo se da entre nubes de algodón. Es un idioma tan poco explicito que esa realidad que vivís la podes manipular a tu antojo. No hay testigos. Nadie te pide una explicación y, lo más importante, nadie lo sabe y nadie lo vio. Podes tener un secreto con vos misma y explotarlo en tu interior, o hacerlo un bollito chiquito y tirarlo a la basura y "acá no pasó nada". Te podes negar hasta lo innegable y convencerte de lo que quieras, porque todo está en vos. Pero cuando lo soltás... es como los besos, de repente no podes parar. Lo inquietante, quizás, no sea que haya testigos, sino el hecho de que vos mismo seas tu propio testigo. Ya no podes escapar de las palabras, es como si ellas acarrearean una enorme responsabilidad que te pesa en el alma y en todo el cuerpo. Creo que las palabras te atan - tal vez por eso siempre preferí el lenguaje de las miradas. Tu realidad empieza a definirse completamente porque ya no sos capaz de hacer de ella lo que vos quieras. Y cuando te das cuenta de cuántas veces al día estás pronunciando su nombre te ves en un lío bien grande del que queres salir corriendo o taparte los ojos y jugar a otra cosa, la que sea que te aleje de eso. ¿Cuándo deja de ser un juego? ¿Cuándo te empezas a hacer preguntas que no queres responder? ¿Cuándo intentas adivinar la mirada del otro con pánico, rogando en tu interior no hallar absolutamente nada? ¿Cuándo te gana la razón y cuándo la pasión? Y una última pregunta
¿hasta dónde te permitís llegar?

A contra viento

Me gusta el viento. No se por qué, pero cuando camino contra el viento, parece que me borra cosas 

in ten si dad

Sintió que se iba de Buenos Aires casi a rastras, como si fuese por compromiso. Sintió que si se hubiese dado la oportunidad de pensarlo quizás se habría quedado. Pero también sintió, en el fondo, que esa no era una opción. Así que se dejó llevar y simplemente viajó, interpretando aquel recorrido. Un recorrido que fue a la vez largo por la cantidad de días, corto por los lugares que quedaron por conocer y justo respecto a lo que necesitaba su estado de ánimo. Por eso hablaba de él como un viaje intenso. Estaba lleno de contradicciones. Habían pasado por lugares que ya conocía, le habían quedado en el tintero otros pocos y había visitado nuevas tierras, todo eso a lo largo de ese mes y medio. Había aguantado una subida de horas que resultó agotadora y escalado una montaña que parecía llevarla a la cima del mundo y, también, había gozado del oseo de pasarse un día entero mirando películas, jugando a los dados, leyendo y durmiendo siesta. Había cocinado a la intemperie en algunas ocasiones, cuando estaban en carpa, y con cocina cuando se hospedaron en hostel. Había tenido que hacer uso de todos sus abrigos para poder mitigar el frío y, en el mismo día, había sido víctima de una fuerte insolación. El corazón le dolió tanto que por momentos sintió que lo tenía literalmente roto. Pero también vivió alegrías, novedades, aventuras y algo que la llenó de energía y la hizo sentir más plena que nunca. Padeció un terrible pico de ansiedad y, en el mismo recorrido, encontró la paz interior. Quizás eso tenga que ver con el hecho de que se llenó de preguntas pero también encontró varias respuestas. Se pasó el viaje con la misma gente de siempre pero también con aquellas personas que jamas volvería a ver. A pesar de extrañar a su familia por momentos, supo apreciar el goce de la distancia que tanto parecía necesitar. Tuvo pesadillas y también sueños felices, peleas y reconciliaciones, amor y desamor. Sufrió y disfrutó, quiso y odió, murió y vivió. 
Se sintió intensa durante todo el viaje: intensamente triste, intensamente en paz, intensamente ansiosa, intensamente feliz, intensamente acompañada e intensamente sola. Ella lo describía como lo había vivido. Lo describía exactamente así: como un viaje intenso.