martes, 26 de abril de 2011

Elizabeth Von R.





Cuando le resumí el estado de la causa con escuetas palabras - desde hacía mucho tiempo estaba enamorado de su cuñado -, se puso a proferir ayes. Que eso no es cierto, que yo se lo había sugerido, que no puede ser, que ella no es capaz de semejante perversidad. Y tampoco se lo perdonaría nunca. Resultó fácil comunicarle que sus propias comunicaciones no admitían otra interpretación, pero hubo de pasar largo tiempo hasta que le hicieran alguna impresión las razones de consuelo que yo le aduje: uno es irresponsable por sus propios sentimientos, y su conducta, el haber enfermado bajo aquellas ocasiones, era suficiente testimonio de su naturaleza moral.

Sigmund Freud

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