miércoles, 15 de agosto de 2012

Reencarnación

Amo los días de lluvia. Todos lo saben. El día se desintegra en pesadas gotas y alguno siempre se acuerda de Lu. ¿Por qué? Porque no solo me gusta que llueva en cualquier día y a cualquier hora, sino que me encanta. 

Es verdad que a veces arruina ciertos planes, pero lo cierto es que no me importa, porque la realidad es que reformular el plan a costa de la lluvia nunca está tan mal. 
Es como un improvisto. Los días sin lluvia son los "normales", los que uno espera, los que no acarrean nada distinto. En cambio cuando llueve... Ahí te ves: mojado, buscando un paraguas a las apuradas para no llegar tarde al laburo, viendo que te vas a tomar ahora que los subtes no andan, tratando de encontrar el piloto (nunca a mano) para estar preparado para esperar al colectivo bajo la lluvia. No parece un panorama muy tentador ¿no? El punto está en cómo vea cada uno a la lluvia. Quiero decir que podes vivir el día con una sonrisa de oreja a oreja o, como le pasa a muchos, a las puteadas. 
Entonces llueve y no estaba pronosticado, así que te pones a preparar lo más rápido que puedas (porque sino sabes que esos cinco minutos te van a costar viajar peor que mal, parada, apretada y con el olor a humedad por todos lados) una muda de más en la cartera por si sigue lloviendo cuando salís del trabajo y tenes que ir a pilates, o a la facu, o a tomar algo con tu gran amiga a la que hace tanto que no ves. Y sino vienen las cancelaciones: que no hay transporte, que no llego, que no voy, que quiero dormir, que estoy "enferma". Porque seamos sinceros: los días así dan ganas de quedarse en la cama, taparse hasta la cabeza y no pisar la calle por nada del mundo. El lema de la lluvia, en nuestro foro interno, reza algo así como "hoy me visto de pijama y me quedo en casa en honor a la madre naturaleza".

Capaz simplemente me gusten estos días por mis ganas de nada más que de quedarme en casa, en la cama, viendo una película, comiendo helado y tomando café. Capaz en estos días encuentro la excusa perfecta como para desligarme del mundo, las responsabilidades y los compromisos y hacer ni más ni menos que nada. Y tal vez, en una de esas, me siento acompañada y contenida por un mundo que no entiende pero me sabe. Sabe que pasó algo. Sabe que a pesar de que todo siga, algo cambia las cosas. Algo vuelve todo más mojado y más gris y más insoportablemente húmedo. Algo te da ganas de parar, de parar por un rato y dejarte caer. Algo... hay algo que flota en el aire y te dice que hoy no es como cualquier día. Que hoy no podes seguir como si nada. Y que aunque el cielo parezca caerse a pedazos, aunque parezca no poder más, en realidad la cosa sigue. Sigue, aunque distinta: los autos activan sus parabrisas, las personas se ponen otra ropa, algunos ni siquiera salen de su casa y a otros se les da por la melancolía. Porque días así traen melancolía. La alegría viene solo por el hecho de poder vivir esa melancolía y hasta quizás, quién sabe, ese pequeño dolor de hace tantos años, sin culpa alguna. Hoy no sentís culpa porque el día te acompaña. Y aunque el mundo sigue, tenes una excusa, una pequeña e inocente excusa que solo es válida para vos, para parar un segundo, dejarte caer y ponerte como el día. Hoy tenes vale para recordar y no estás solo: afuera el cielo truena tu dolor y llora tus lágrimas. Y aunque vos simplemente digas que te encanta la lluvia, que no hay nada como un día bien mojado, bien nublado, que al despertarte lo único que hace es hacerte pensar en cuando vas a volver a tu casa y vas a estar metido en la cama para hacerle culto a esas gotas mojadas. Aunque te aferres a unos cuantos capítulos de esa serie que te rompe el corazón pero te hace encontrar todos tus pedazos, bien rotos, en alguna parte tuya. Aunque no dejes nada de ese chocolate para que el cuerpo reciba algo de endorfnas y aunque te tapes hasta el cuello con el acolchado para sentir que nadie te ve y que algo te protege. La realidad, la maldita realidad desde que tenes 13 años es que te encanta la lluvia porque ese día, hace tantos años, debería haber estado así. Algo, alguna condenada cosa, debería haberte dado algo de consuelo. Lo que debería haber pasado, lo que no pasó, es que algo más allá de vos te debería haber sostenido mientras vas caías bajo las circunstancias de la insoportable realidad. Porque caer, a veces, hace falta. Hace falta tomarse un día y respirar. Dejar de aguantar y soltar todo el aire que venís conteniendo para que después, en algún momento, vuelva a salir el sol y puedas respirar mejor. 

Así que cuando llueve estás contenta: estás contenta porque algo más allá de vos, algo que solemos llamar cielo, se cae a pedazos. Porque, de alguna manera, la gente cambia su andar por el estado del día y porque, en cierto punto, uno se permite caer, al igual que el día. ¿Quién va a notar una lágrima en medio de la lluvia? Así que seguís, con el mundo a cuestas, porque la vida sigue y eso lo sabes bien, pero estás contenta de que la lluvia te acompañe y hasta casi te abrace en eso que llamamos no-te-olvides. Y como te sentís exactamente igual que el día sonreís: porque encontras un consuelo, porque hoy no sos vos la que se adapta al andar del mundo sino el mundo el que parece tomar la forma de tu andar y porque sos vos sin olvidos ni mentiras. Y no es que siempre tenga que ser así, sino sería todo muy triste. El tema es que hoy, cuando llueve así, es el día que no fue. Es la revancha del pasado. Es la reencarnación de algo que tendría que haber sido y no existió. Y eso, simplemente eso, te pone feliz. Así que te metes en la cama, te tapas hasta el cuello, pondes tu película favorita y con una taza de café en la mano escuchas las gotas que rebotan sobre el techo. Y así, sin más, te tomas el día como si fuese un regalo. Un hermoso regalo de ayer.

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