viernes, 3 de agosto de 2012

Patas Arriba

Me despierto y lo primero que quiero hacer es seguir durmiendo. Seguir durmiendo para no acordarme de vos, de lo que sentimos ayer o de lo que vivimos hace tan poco. 
No, no fue una vez más de las tantas. Somos un círculo que sale de una y se mete en otra y así, nunca-en-paz nunca-tranquilos. Pero qué podemos hacer, si siempre el cariño nos sale tan bien.
El tema es que ya me había sonado el celular, ya había entrado Pepa a despertarme, ya mi mamá me había preguntado qué tal la noche de ayer, y resulta que fue imposible volver a conciliar el sueño.
Me siento rara. Me siento mal - un malestar que me lleva a la más abrumadora confusión. Como si hubieses movido una pieza dentro mío que, literalmente, me descolocó. Ahora no se lo que quiero y a penas se lo que no quiero. Hubiera preferido, toda la vida, que "me mates" (como dicen todos refiriéndose a lo que hiciste el año pasado cuando viniste a la puerta de mi casa a decirme que estaba muerta para vos). Hubiera preferido eso o al menos poder enojarme, putearte (putearte enserio, con bronca, casi con odio si se quiere; con esa fuerza de adentro que me empuje a no querer volver a verte ni hablarte ni saber nada de vos). Pero esa indiferencia no surgió esta vez. Contra todo pronóstico estábamos los dos sentados, uno al lado del otro, extrañándonos ya de ante-mano. Estábamos ahí y era cuasi-patético pensar que uno podría haberse puesto a consolar al otro y viceversa. Porque, en definitiva, no estábamos ahí más que tristes. Tristes almas, sino mueren de amor, tristes. 
Y ahora tengo el mundo dado vuelta y lucho. Lucho conmigo misma y con el utópico intento de consiliar mi mente con lo que sea que siento. Y esta vez, te digo, me dejaste, como diría Galeano, "patas arriba". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario