sábado, 18 de febrero de 2012

Crónica de una tarde

Un viaje de por medio. Vos ahí, yo allá y los dos en el mismo lugar. Sintiendo la misma gente, respirando el mismo aire, conociendo los mismos lugares. Pero vos ahí y yo allá.

Y resulta que hacer dedo, y comer mucho, y gastar poco; y preguntar por Cristina en el norte tan bonito y por Evo en nuestra querida Bolivia. Y que de cada cinco, tres que no querían saber nada y dos estén conformes. Esos fueron los resultados de tus encuestas. Y un poco de coca, una isla preciosa, una ciudad enorme, distinta y llena de todo y de cultura nueva, autos y mercados. Te encantó. A mi me impactó el quilombo de esa grandeza y a vos, como soles decir cuando me hablás de Spinetta o de Borges, “te voló la cabeza”.

Pero no nos encontramos hasta una semana después de haber vuelto. Con la cabeza algo dada vuelta y un poco más clara – todo junto, todo a la vez – conocí tu casa. Yo llegando tarde – para no variar y que no perdamos la fe en que hay cosas que no cambian nunca– y vos con el mate (el de siempre, el de la facu, ese de vidrio que si no fuera de color azul no sería lo lindo que es). Pusiste a calentar el agua y sacaste una bombilla de la galera porque la tuya la habías perdido. “Tengo está” – me dijiste mostrándome una a la que apenas le heché un ojo – “la otra me parece que la perdí. Igual no es mala”. Lo decías casi preocupado, como si me fuera a molestar tomar en esa que me mostrabas, esa que, según llegué a ver, tenía la parte de abajo dorada. Me reí. No me importaba en absoluto tomar en una u otra. De hecho mientras buscabas esa que tenías en la mano te cargué sugiriéndote tomar el mate en pajita.

Abrazo. Yo hablando por celular como siempre - como para seguir dando fe de que hay cosas que definitivamente no van a cambiar nunca - y vos eligiendo las facturas. Estabas lindo (la barba como la tenes y el pelo, quizás hasta esa remera violeta ridícula que tenías, te sentaban bien). Y corté. Me agarré una bola más de esas que parecen rellenas pero no tienen nada adentro (las que más me gustan) y te volví a abrazar. La alegría de escucharte o tener noticias tuyas cuando nos comunicábamos en el norte era de las más gratas y bonitas. Es que de alguna forma, como le contaría más tarde a tu mamá, tuviste la capacidad en el último mes porteño antes de irnos de viaje, de curarme un poquito con tus cagadas a pedos, tus opiniones, tus consejos, tus mensajes, tus encuentros, tus palabras. Pasaste a ser un amigo literalmente especial con el que contaba siempre en cualquier momento. Uno que sabe, como le explicabas luego a tu vieja hablándole de mi y contándole de nuestra cotidiana polaridad "racional-pasional", “que está colgada de allá arriba” decías apuntando para el techo de tu cuarto, “y claro, a mi me ve súper racional. Pero si ella fuera menos colgada, estaría más a la par mía”. Y ella que se reía, y me contaba de tu madrina, tu viaje, el psicoanálisis y alguna cosa más. Cuando me fui no pude evitar comentarte lo lindo que era que le interese tanto la carrera que estabas – estábamos - siguiendo y lo bueno que era que puedas sentarse con ella a leer Borges, Cortázar, Freud, Piaget y demases cosas que me contaron que habían compartido. “Es que a veces la obligo, le digo que se siente que le voy a leer algo y no le queda otra”. Y yo insistí recordando lo que me había contado la mamá de sus 27 años de terapia “igual, es lindo que le guste lo que estudiás, que crea y confíe en eso. Y es una suerte que tengan intereses parecidos. Mi vieja por ejemplo es muy inquieta, le cuesta quedarse sentada escuchando algo que le pueda llegar a leer, creo que hasta se aburre, además de que a veces ni siquiera le interesa”.

Y la tarde pasó casi sin querer. Cuando me quise dar cuenta ya eran las diez y media de la noche y te estaban llamando a comer. Y claro, entre las fotos y videos del viaje, y los comentarios, las anécdotas, las recomendaciones y las apreciaciones de cada uno; entre eso y la guitarra (vos con Onda Vaga, interpretando “mambeado” más que bonito e intentando – y logrando – sacar “Desarma y Sangra” que tanto me gusta y tanto escuchamos y hasta tocamos en la guitarra, yo agendando en mi tomo de Freud los acordes de una manera que vos no lograbas comprender como me entendía); sí, entre todo eso y un caso de Freud cortito de histeria masculina que quise leerte cuando empezamos a hablar de la facu pero no me dejaste terminar porque te mencioné a Cortázar – es que como te contaría "leer en voz alta me hace acordar a cuando leíamos todos allá en el viaje “Final del Juego”" –. Y entonces te perdí. Te sumergiste de cabeza en tu biblioteca y tu maraña de libros. Empezaste a sacar algunos gastados y bonitos y resulta que me leíste algún cuento. Y de repente recordaste a Borges y ahí si que enloqueciste por completo. “Es el papá de Cortázar” me decías “le pasa el trapo, mal”. Y me leíste uno. Y nos mirábamos y suspirábamos, y no podíamos creer las palabras y metáforas que usaba. Y llegó el final y me cerró todo: el tipo era una bestia. Y así me presentaste a Borges, y así conocí a Borges, y así me prestaste un libro de Borges del que leímos un cuento – uno chiquito, de bolsillo, cómodo de llevar; "Ficciones", uno de los clásicos de él – y me contaste que escribía solo cuentos o poemas, nada de novelas. Y luego sacaste otro libro, una selección de cuentos de grandes autores hecha por Bioy, Borges y Silvina Ocampo, y me leíste la definición de un fantasma y estabas en tu salsa; casi bailabas y te ahogabas en tu propia alegría. Y me contagiabas y me encantaba. Y deje pasar a Freud solo porque valías la pena (vos y lo que me leías). Y cada tanto veía tu cuarto. Que después de caretear un poco la cama estirándote la colcha y ordenando un poquito la ropa – y alagarte el buzo que un amigo tuyo se había olvidado ahí en tu casa, uno que cuando antes de irme te volví a comentar lo lindo que era me confesaste que pensabas hacerte el boludo y quedártelo (sabio de tu parte) – después de eso la atención pasó a la cacerola que tenías del viaje y que todavía estaba sucia – “¿no lavaban?” te pregunté cuando me contabas eso acusándote de roñoso, y vos me contaste muy divertido que cocinaban mucho, comían mucho, y que hasta en el tren se las habían ingeniado para preparar comida en el anafe, en el baño de alguno de los vagones – y después de la olla sucia vino la guitarra. Me preguntaste si conocía a Spinetta, te respondí que me había enterado allá lo de su muerte y vos me contaste lo mal que te había pegado la noticia y lo mucho que lo admirabas. “Estaba por hacerme un tatuaje con una frase de una canción de él que dice todas las hojas son del viento; ahora me lo voy a hacer con más razón todavía a penas cobre”. Es que ayer empezaste a trabajar como preceptor en la escuela a la que solías ir. Qué lindo trabajo, qué lindo que te tengan en cuenta. Y la frase quedó grabada en mi billetera con tu letra y la tocaste en la guitarra y fue hermoso, como cada una que hiciste sonar. Que guacho que te gusta, que tenes talento, que te sale bien, que la paso bien, que me encanta la guitarra y la música que tocas, y tu cuarto y tu casa también, y ese baño enorme también. Tu cuarto con las paredes escritas con tu letra, un póster de Cristina - claro, ahora que militas - y de algunos otros de artistas. Tu casa que me hizo acordar mucho a la de una vieja amiga. Y después leíste. Leíste tan metido en el cuento, con gestos, con voz, con entonación, casi interpretándolo pero sin exagerar. Y yo ahí - ahí y en todo momento - en mi salsa.

Entonces vino la pequeña charla con tu vieja antes de irme con la excusa de saludarla. “Es todo lo opuesto a mi” me describiste. ¡Hijo de puta! Pero en definitiva, es lo que terminamos hablando siempre. Después me acompañaste a la parada aunque te insistí en que no lo hagas y ahí hablamos sobre tu crisis con la carrera. Amás la música y en el viaje, con la gente con la que llegaste a compartir un circo, viste un mundo nuevo y distinto. Y me contaste de lo disconforme que estás en este sistema, en esta eterna rutina, y en las veces que habías pensando en esa vida. Y yo claro, te baje a tierra y coincidí con tu vieja en lo lindo que era ver eso de afuera y lo difícil y hasta casi duro que debía ser llevar esa vida. Me acusaste de cerrada, discutimos y diferimos como siempre. Y después de contarte sobre mis chicos, mis lugares preferidos, mis quilombos ya solucionados con mi vieja y su visión política, mi ansiedad y mis ganas de empezar a fumar, y vos de tus chicas, tus amigos, tus dudas con la carrera, la gente de allá, tus mambos y alguna cosa más nos quedó pendiente filosofiar con algún churrito de por medio según me propusiste, sobre el sistema en el que estamos, la revolución o no, ser o no ser, estar dentro o fuera. Y para cerrar me recomendaste que averigue sobre la biografía de Borges y Cortázar, el primero medio facho “pero tiene sus razones” me dijiste. ¿Se tiene razones para eso? Ahora quiero saber de que me hablas, y en cuanto sepa sospecho que se va a abrir el campo de guerra y una nueva batalla va a empezar entre los dos.

2 comentarios:

  1. La felicidad que me dio leer esto imaginando (o recordando mejor dicho) la felicidad que tenias aquel día, me saco una sonrisa.
    Sos pura magia Lubelu, nunca cambies.

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  2. Es un texto que insinúa mucho. Y eso está bueno, realmente bueno, en todos los sentidos. Ahora a los debates propuestos hay que seguirlos, profundizarlos; a los autores mencionados, no etiquetarlos en nada y conocerlos por uno mismo -y una amiga nuestra diría que sólo hay que leerlos, a ellos y sus obras, aunque también podríamos conocer un poquito más de cada uno, como qué carajo hicieron además de escribir-. Y el final, claro, es uno de los buenos, tiene su estilo.

    Hay dos cosas, si se me permite, que no me gustaron:

    - como para seguir dando fe de que hay cosas que definitivamente no van a cambiar nunca -

    Se puede utilizar de muchas maneras eso igual, pero tiende a usarse más para destruir a partir de esa máxima, frase, principio que para construir. Y la otra, está por allí, obviamente se sabe cuál es.

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