domingo, 11 de septiembre de 2011

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7... ¿y ahora?

Quiero. No quiero. Todo se está convirtiendo en una eterna contradicción y, en definitiva ¿a quién culpar? Siempre buscamos hecharle la culpa a alguien, responsabilizar y descargar sobre algún otro todas aquellas cosas que nos llevan a esos estados tan ambiguos, casi insoportables.

Amor y odio. Nadie nos dice qué está bien y qué está mal. Nadie tiene una verdad y quien crea tenerla que vaya equipandose con un gran chaleco, bien mushidito y a prueba de hierro, porque el día que se estampe de lleno contra una pared va a ser inevitable. A veces me gustaría que tuviéramos una especie de manual, algo que nos guíe. Pero seamos realistas: de ser así sería todo bastante aburrido. Ya sabríamos lo que nos hace bien y no tendríamos a quien culpar por todo aquello que elegimos y nos termina haciendo mal. Porque inevitablemente seguiríamos elegiendo aquellas cosas que nos hacen mal. Porque vamos contra nosotros mismos una y otra vez. Porque la vida es eso: sufrir, amar, dejar, desear y, como digo siempre: sentir.

Neurosis. El tiempo y la maldita cabeza con sus malditos pensamientos y la maldita mierda de no saber cuándo parar. Gritas que paren; que se detenga el mundo y te den tiempo - al menos unos minutos - para respirar y salir de ese agitado mar en el que te estás ahogando cada vez más, cada vez un poquito más. Miras atrás. Mirás, solo mirás, porque en realidad no podes hacer otra cosa que avanzar. Es un juego de fuerzas.

Volvimos. Dormir, despertar. Al fin pudiste dar dos pasos seguidos a la izquierda y sacar un poquito la cabeza para tomar aire. Dejaste de avanzar. Deseas, seguís deseando y sin embargo estás tan aliviada de haber podido frenar un instante. Y ahora temés. Levantaste el pie para hacer tu próximo movimiento - porque la vida es así, está constantemente en movimiento y no podes pensar, a penas elegir- y no sabes que va a pasar. No sabes si vas a caer de nuevo en aquel profundo, profundo verde, o vas a poder ir volviendo, despacito, hacia alguna otra orilla. Es tan tentador ir hacia atrás como ir hacia adelante. Ir hacia el dolor odio-amor como alejarte del deseo, odio-amor siempre.

Quiero. No quiero. Seguís sin saber. Estás apenas en equilibrio, colgando de un hilo, y cualquier movimiento puede llegar a ser en falso. No hablemos de control: eso no existe.

De repente Freud. No entendes. Te perdiste en el tiempo y ahora hay que volver. Sí, eso tenes que hacerlo. La gente de siempre. Jugas, reís, cantás y hasta bailás. Un trago, diez sonrisas todas a la vez y un abrazo familiar que te acomoda el alma. Ahora parece estar dandose lo que se tendría que haber dado desde un principio. Ahora sos vos, con vos y lo tuyo, dejando de escaparte y soltando aquello que ya no te hace más bien. Ahora nadás.

Sí, cada tanto el agua vuelve a llegarte al cuello. Y entonces... entonces pensamos en el nombre de una película que una vez una amiga fue a ver al bafici: be calm and count to seven. Y decimos, como dijo mi amiga: "nada, eso".

Por cierto: me quedé sin monedas. Voy a ver si encuentro algunas en el fondo del mar. Y si encuentro tu mano, mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario