jueves, 6 de septiembre de 2012

Dolor

A veces no podemos más y negamos el dolor. A veces sencillamente decidimos hacerlo porque buscamos tener el control creyendo que así somos capaces de manejar mejor las cosas. Nos convencemos de que sentir esa angustia que nos parte el corazón no vale la pena. Y aunque sea real, negamos que lo es y fingimos que no existe. Y a menudo para eso nos servimos de la rabia. Ese aparente enojo que podemos llegar a demostrar es mucho más fácil de llevar que la tristeza que realmente sentimos. Nos hace sentir más fuertes y exentos de la enorme debilidad que creemos que acarrea nuestra angustia, sin darnos cuenta que no hay fortaleza más grande que la de atravesar el dolor. Así que nos enojamos. Nos ponemos coléricos y decidimos despotricar y tirar mierda para todos lados. Pero nos perdemos del detalle de que, si algo es capaz de ponernos así, es porque en verdad nos interesa. Nos interesa demasiado. Nos interesa lo suficiente como para afectar todo nuestro aparato anímico. Pero siempre preferimos maldecir antes que largar una sola lágrima.
En algún punto giraste 180 grados exactos y tenes el mundo dado vuelta de tanta rabia y negación. Y a esas alturas no te queda más que negociar. Negocias con la realidad. Negocias, es decir que llegas a un acuerdo, a una especie de punto medio, donde no ganas totalmente pero tampoco lo perdes todo. Puede que te sientas conformista o hasta estúpido, pero tenes que bajar el nivel de tus pretensiones porque de a poco empezas a darte cuenta que no tenes el poder que creías tener y el mundo se te empieza a venir abajo. Y cuando pasa eso, cuando por fin te das cuenta, sabes que algo tenes que cambiar aunque todavía no estes preparado para ceder el trono y rendirte ante la verdad (una verdad que te empeñas en negar desde un principio por lo complicada y jodidamente dolorosa que parece ser). Pero cuando negocias... de alguna forma cuando negocias bajas tus defensas. El enorme muro de ladrillos negadores y columnas fuertes y rabiosas que habías formado empiezan a flaquear y la depresión se hace parte de vos. Tu castillo se derrumba por completo y caes en eso que venías tratando de evitar desde el comienzo. Y ahí es cuando te das cuenta de que se trata de algo de lo que no se puede escapar: podemos hacer trampa o buscar atajos jugando las cartas del odio y la represión, pero en verdad no vamos a hacer más que retrasar el proceso y tal vez hacernos peor. Nada de todo eso va a cambiar la realidad. En algún momento vamos a caer bajo sus efectos. No nos queda otra que hacerlo. Sino sucumbimos de una vez por todas, no hacemos más que aferrarnos al dolor. Y cuando finalmente se calló el castillo no podes dejar de llorar ese vacío enorme que te absolutiza por completo. Estás roto. El derrumbe es desconsolador. Si tuviste que hacer uso del odio y la negación es porque el daño es terrible y enorme.
Pero cuando el polvo se asienta y uno se acostumbra a ver todo hecho mil pedazos, cuando el destrozo es lo que es y ya no impacta más, entonces es cuando nos damos cuenta de que para pasar ese mal trago solo nos queda aceptar. Aceptar el dolor, el derrumbe, el vacío total de algo que antes lo era todo, y empezar de cero. Juntar todo y volver a construir. Aceptar que sufrimos y que tenemos que hacerlo para poder salir de eso de una vez por todas. Aceptar que vamos a quedar marcados y que nada va a volver a ser igual, pero de todas formas intentar alguna cosa, la que sea. Aceptar el dolor y esperar a que pase.

De todas formas la historia puede ser otra. Se puede, por ejemplo, empezar por el final y aceptar de entrada el dolor. Entonces esa aceptación te llevará a la depresión y, ante tan desolador estado no te quedaría más que negociar con la realidad para salir de ese punto. Para eso te enojarías, usarías la rabia como mecanismo de defensa y taparías el dolor con un montón de odio. Y por último terminarías negando. Negando que sufriste, que estuviste deprimido y que para salir de eso te enojaste cuanto pudiste. Y así reprimirías.

El punto es que hay cinco estados del dolor. Son diferentes en cada uno de nosotros y pueden darse en diversos órdenes, pero son siempre cinco: negación, rabia, negociación, depresión, aceptación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario