Se abren las puertas del subte y te busco. Mis nervios no tienen sentido; el destino nunca me jugó una buena pasada. Así y todo me estremezco cuando te veo, pero no es tu cara, no es tu cuerpo. Mi maldita cabeza me vuelve a engañar, como tantas veces. Cierro los ojos y te imagino una vez más. Ahí estás, particularmente radiante, como siempre. Me atrevo a recordar tu sonrisa y me digo: ojalá la estés usando mucho.
M.
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