jueves, 6 de octubre de 2011

Una noche

Ayer fui al cine. La verdad es que estuvo lindo: amigos, una buena peli y entrada gratis. Encima antes de encontrarnos me había visto con mi viejo y pasamos uno de esos ratitos que valen oro ¿qué más podía pedir? Pero ahí está el asunto: uno siempre puede pedir un poco más. El tema es cuando ese “poco” está más cerca del todo que de la nada. Fue el cine. Puede ser, estaba un poco sensible… melancólica, quizás?  Sí, seguro. Una de las tantas charlas con mi viejo y esa peli que movió un montón de cosas. Después salimos y estaba tocando ahí, a una cuadra, una de esas bandas de las que más me gustan: pero también me recibió con un cachetazo en el medio de la cara.
Triste. No había estrellas. No había ni una estrella y vos sabes; vos entendes. Me había acostumbrado a tu presencia. Está bien, fueron unos cuantos días lejos y las cosas eran distintas, las cosas a la distancia cambian. No, no está bien. Estaba ahí, con gente increíble, y sin embargo te quería a vos al lado. ¿Dónde estabas? ¿Dónde estás? Sí, ya se, la gente se va; siempre se va. Pero ¿así? Así no; así no quiero; así, no te dejo. Me estoy perdiendo de vos (¿por vos?) y te estás perdiendo de mí. Lo peor es que hay algo que me dabas que no me lo va a dar nadie… hay algo… ¿tu mirada? ¿Tu forma de hablar? ¿Tus chiquilinadas? ¡Qué se yo! A esta altura ya no sé mucho, pero al cine vuelvo con vos. 

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