lunes, 5 de marzo de 2012

Estados

"¿No escribís?" te pregunté. Me respondiste que no, que no era que no te gustara pero que te costaba llegar a la gente. "No hay que escribir siempre para el otro" te contesté.
"Escribo estados" fue todo lo que dijiste. Y entonces, ante mi mirada curiosa, me contaste que eso de "los estados" estaba muy encasillado. "Estás triste, feliz, pero ¿qué es estar triste o feliz? ¿y si mi ánimo no tiene que ver con ninguna de esas estipulaciones sociales? se supone que todos las entendemos y que siempre encontramos un lugar para ubicarnos, pero hay veces que no".
Entonces, escribís sobre los estados. Algo que te parece sumamente complicado (y eso es, justamente, lo que en muchos casos te termina llevando a no escribir nada). "Claro, ¿cómo encontrás palabras para un estado anímico?" te solté, imaginando el intento de hacer concreta la mismísima abstracción.
Te escuchaba, y mientras lo hacía había dejado de pensar en tu boca, tu pelo ya crecido aunque todavía cortito, y hasta en el sillón que tan a mal traer me estaba teniendo. Por un momento, casi sin quererlo, me soltaste una idea. Algo que no esperaba; algo que me daban ganas de seguir escuchando(te). Algo que tenía bastante sentido y, sin embargo, sonaba nuevo y distinto. Algo que, en definitiva, me distrajo. No fue un libro, ni una película, ni una canción como yo hubiera querido. No fue eso y hasta podría decirse que lo hiciste sin la más mínima intención de hacerlo. Pero ahí estabas, respondiendo a mi pregunta con algo que me había entretenido.
Tus ojos claros se hicieron chiquitos cuando me notaste colgada en lo que decías y entonces, te reíste. "¿De qué te reís?" te pregunté entre fastidiosa y divertida. "El sillón" pensé. Y vos, con esa cara de nene de jardín y los dos primeros botones de la camisa desabrochados (una combinación peligrosa) dijiste "De cómo reaccionaste". Sí, otra vez el sillón. Casi te reías. Y aunque habías vuelto a eso de lo que yo no sabía como huír, aunque por un momento hubiera parecido que íbamos hacia el mismo lado y nos entendíamos, fue tu risa, tu cara, esa diversión que te causaban mis travesuras; fue la noche y volvimos al ruedo.
Salimos de los estados y las palabras y yo caí, una vez más y sin poder zafarme, en esa eterna contradicción que me acompañó desde que te vi. Esa agradable sensación que me producía escuchar lo que tenías para decir - sencillo, concreto e interesante - y esas ganas locas de callarte; de no hablar, ni saber, ni entender, ni dejar. Ese nosequé que me tiraba para los dos lados, que me gritaba que sí y que no al mismo tiempo. ¿Y entonces? Era tan sencillo como no tener ni la menor idea de lo que quería, y ahí vos, claro, bailando el candombe.
Ahora contame, ¿cuál es tu estado?

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