miércoles, 14 de marzo de 2012

Voy, vengo, voy, vengo

Voy, vengo, voy, vengo. ¿Qué? ¿Cómo? No entiendo. Te busco. Te encuentro. Me aburro. No, me fastidio. Me aburro de mi. Te alejo. Pero entonces ya te quiero de nuevo. Escena. No hagas eso porque te voy a hacer una escena. Te la estoy por hacer. Y vos lo pedís. Lo pedís casi a gritos, con ese tonito de nene de infantes pidiendo un caramelo. ¿La querías? Ahí la tenés. Toda tuya. Con gritos y hasta algún manotazo. Histeria a flor de piel. Así que no me molestes más. Y entonces me calmas. Porque quizás solo busques mi escena para calmarme y quizás solo te haga la escena para que me calmes. Y no te alejas, y me alejo, pero no quiero. Quiero y no quiero. E-ter-na contradicción. Una y mil veces. Todo el tiempo. Ahora peleamos. Porque siempre peleamos. Porque así funcionamos. Somos dos máquinas que a veces se ablandan y a veces se apagan y a veces se duermen y sino estamos constantemente en funcionamiento, sin off. Y somos dos máquinas explicitamente de pelear. Peleamos. Porque me gusta. Y te contagié. Eso que odiabas, que te hizo alejarte, ahora te encanta. Y sos parte del vicio. El vicio de la pelea, la burla, la queja, la eterna dis-cu-sión. Y nos encontramos siempre ahí, en el mismo lugar. Aunque una vez me tuviste que buscar. Me buscaste por los motivos equivocados pero me terminaste encontrando. Sí, cuando ya no te tenía fe y te estaba por llamar, apareciste. El cigarrillo consumiéndose, casi por la mitad, y el final del capítulo de ese libro, el final de ese capítulo, ese que me estaba volviendo loca, que no podía dejar de leer y releer y entender y no-entender. Porque era tan efímero meterse en la cabeza de Oliveira, en la cabeza de Cortázar, en la raíz de dónde brotaban cada una de las palabras. El origen mismo se perdía y renovaba cada vez que lo leí y lo intentaba. Y volvía. Voy, vengo, voy, vengo. Y es así. Así somos. Así funcionamos. Y sino es así no es. Peleamos y nos cargamos de histeria y de reproches y de un pasado que nunca deja de ser presente porque lo traemos de los pelos una y otra y otra vez, y nos abusamos, nos aprovechamos de él para seguir quejádonos, para seguir discutiendo y así pelear por la razón. La maldita razón que parecemos perder cuando nos encontramos. Y entonces nos miramos. Te saco la lengua, me haces una mueca y sin más, sin poder otra cosa, sonrío. Y esquivo a veces y otras no, ese abrazo que sale de vos a continuación.
Y así una y otra vez, eternamente, cambiando el tema pero nunca la mecánica, haciéndonos a cada instante, en cada letra que pronunciamos, en cada cuadra que cruzamos y entonces como no cruzamos por donde yo quería y te diste media vuelta y caminaste hacia la esquina me planto y desato un aluvión que no se termina sino en el eterno final que no se acaba. Y palpita siempre. Y a veces pasa pero vuelve. Vuelve y no se va. Y se hace invisible, transparente, pero de repente toma forma y figura y se hace tridimensional. Y otra vez te grito y vos suspiras, como si eso fuese a ahuyentar a mi histeria en vez de avivarla, de hacerla grande y prenderla fuego. Y así vuelvo. Porque a veces me voy y no te veo, y se me nubla la mirada y el andar desaparece y estoy en un fondo borroso con una lupa sobre el signo de admiración que sale detrás de cada sí-la-ba. ¿Qué pasó? Vuelvo. Pero cuando no te encuentro me contradigo. Me pierdo encontrándote cuando no me das lo que busco (lo que somos). Cuando no te tengo enfrente para matarnos, atarnos, odiarnos si hace falta. Cuando no estás. Entonces no soy. Porque últimamente pasa que soy cuando te busco, cuando te encuentro y cuando estás. Y no existe que no estés. Pero cuando estás y no me queres... en esos momentos te odio. Me odio. No quiero. Todo es un no. Un no enorme y gigante con mayúsculas y carteles luminosos. Un no que pone en negativo toda la periferia y el centro mismo de las cosas. Entonces decime algo, contame algo, volvé pero no vuelvas. Pero volvé un poco y sé lo que busco, así lo encuentro y me calmo y armamos la escena a distancia, sin hacer escena pero haciéndola igual. Una escena endógena, imperceptible al mundo, que brota, que grita, que llama. Volvamos. No te aguanto, y vos te aburris, y yo estoy peor y nada es como es porque todo es como es. Y entonces el principio y el final de la e-ter-na discusión eterna con-tra-di-cción e-ter-no final. Así siempre. No me diste. No me sacaste. No me calmaste. Escribí. Final alternativo y el recuerdo de ese abril en el que las nubes eran grisis y a veces blancas y esponjosas y un poco sucias y no llovía pero hacía frío, un frío como ese frío que me congela los huesos y me hace usar tanta ropa que me vuelvo acolchonada.

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