martes, 29 de mayo de 2012

Crónica de una(s) llamada(s)

Una noche inestable y vos. Vos a través de tu voz, del otro lado del teléfono, mandándome buenas vibras de de vida y de paz. "Relajate, disfrutá". "No te quemes la cabeza por un poco de placer" me hubiesen dicho Las Pastillas del Abuelo. Me dejaste la misma idea y resulta que volví al bar con mi grupo de amigos y una sonrisa en la cara de punta a punta.
A veces, precisamente en esos momentos en los que estoy con la cabeza en algún mambo loco, me haces acordar a Freud.
Se me viene a la memoria esa tarde en la que estaba yendo a almorzar a lo de un amigo y no podía faltar (y lo peor, no podía despejar). Estaba en el bondi, camino a su casa, con ganas de verlo, claro, pero con los ojos brillosos de angustia (de esa vida atolondrada que vos vas conociendo de a poco), y entonces te llamé. No sé por qué te llamé a vos. No sé si fue porque te había visto el día anterior casi fugazmente - siempre entre planes y planes - o porque ya desde ese entonces tus palabras eran sabias y curaban un poquito a esta psique algo loca que me tocó portar. La cuestión es que me sacaste del lapsus. No, no te digo que después de la charla me dieron ganas de hacerme un ratito para cada uno de los planes que me habían propuesto a modo de festejo del fin de año que llegaba a las 12 de la noche. Todavía seguía necia en mi idea de quedarme en casa sola y tranquila después de cenar con mi viejo. Pero me iluminaste los ojos y hasta me hiciste reír. Que mande a la mierda a ese o aquel que ose ponerme así. Que no le de cabida a todo eso teniendo tanto de todo aquello. Que no sea boluda (qué pedido el tuyo eh). Y entonces llegué a lo de mi amigo sonriendo.
Nuestras comunicaciones en el Norte no eran una salvación, porque más que menos que ya estaba salvada. Es que estando bien o mal, cuando estás allá (y vos sabes) las cosas toman otra dimensión y entonces esa montaña, ese atardecer, esos amigos, o el silencio del país te llegan todos y se apoderan de cada uno de tus sentidos transportándote a la vida misma. Así que no eran esas pequeñas respuestas-de-amigo, sino más bien un intercambio de a penas unos minutos en los que me contabas de qué te las traías y yo te contaba un poquito en que andaba todo por allá. Pero entonces mi amiga enseguida me adivinaba "hablaste con Facu, ¿no?", me preguntaba sonriendo, casi contagiada de mi.
Quizás todas esas experiencias sean las que marcaron y dejaron tu huella. Como te decía: me haces acordar a Freud. Freud con toda su teoría de apuntalamiento, de lo importante que son las experiencias de la temprana infancia para el posterior desarrollo psíquico y emocional de las personas. Y vos estás ahí. Sos el llamado al que acudo cuando sé que no puedo bajar. No podía leer, ni escuchar a mis amigos, ni jugar al pool ni tomar un vaso de vino. No podía dejar de pensar en eso que, por puro capricho y hasta también casi por histeria, me amargaba. Y estaba tan destruída mi autoestima que ninguna voz hacía efecto. Así que me dijiste que estabas despierto, con un simple "sí", y salí afuera a llamarte. Pensé que quizás te molestaba, pero sin decírmelo textualmente, me diste a entender con tus ganas de hablar y de escucharme reír que te ponía contento que acuda a vos de alguna manera y desde algún lugar. Y entonces te conté, nos reímos, mis guazadas, tus consejos, yo ya mejor queriéndote cortar y vos sin dejar de decirme que me querías, que piense en eso y me ponga contenta. Y entonces entré y la noche tomó otro giro. Porque ahora me acordaba de tus palabras, y aunque ya sabía que me querías, me daban gracia y me hacían sonreír. Y entonces leí con ella, hablé con él, escribimos, fumamos, tomamos un rico vino y la noche subió tanto que la pasé de mil maravillas. Eran diez palabras locas, con tu loca onda y mis locas respuestas, las que necesitaba escuchar para cambiar las vibras de esa noche que me estaban consumiendo. Y fue tu huella, la que en algún momento inscribiste en mi vida, la que me hizo acudir a vos y me hace acudir a vos cada vez que algo me desborda. No necesitas mucho: yo lo sé y vos lo sabés. Son unas pocas palabras, a penas unos minutos; pero sos una llegada distinta que sabe cómo entrar, y sabe cómo subirme sin más que un poco de tu-vos-tan-espléndido.
Eso, una llamada, nada más. Pero no una llamada cualquiera: una llamada con vos. Vos y tu voz.

1 comentario:

  1. ahora voy a firmar acordándome de que firme, que felicidad.
    te quiero luzbelita, me alegra saber que te rodeas de gente que te quiere y te cuida tanto.

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