domingo, 20 de mayo de 2012

Desde Ella

Ese beso lo va a decir todo. Encaro, voy. Ya fue. Me la juego. Beso de una. Le tiro la boca y que sea lo que dios quiera. El contacto me va a decir qué hacer, tus labios me van a ayudar. Hoy sí.
Mierda. No me dicen nada. Me encantan. Ese es el problema. Quería que me digan que no, que estaba confundida, que no fue más que un poco de cariño exacerbado en donde se perdió esa línea tan fina (casi invisible) que separa la amistad de un "algo más". Quería que me digan que eso de los besos no es para nosotros, que estamos para otra cosa. Quería que, al menos, me aclare la situación. Como te digo siempre: no hablemos de "nuncas" ni de "siempres"; pero hablemos del ahora. Boca, gruesa-linda-dulce boca tuya, que me tendría que haber dicho a gritos que no, que este no era el momento. Que mañana, quizás, quién sabe. Quiero seguridad. Quiero vivirlo. Vivirlo astillada de miedo, casi con pánico, pero vivirlo. Soltarme, dejarme, librarnos.  
Pero no: me confundís más todavía - dejándome cada vez más estacada entre el sí y el no, entre el sí-porfavor, y el no-teloruego.

Llegas a dudar. Dudas porque no sabes qué quiero, qué me pasa, qué estoy sintiendo - y claro, si nisiquiera yo lo se -. Estamos los dos a la deriva tratando de descubrirme. Vos muy seguro (o no tanto, quién sabe) y yo tan confusa y asustada (como siempre). Pero me dejo. Me dejo llevar y me dejo ser. Pido, con los ojos, quizás con la boca, tal vez con la caricia que te estoy haciendo, que me abraces y nos veamos como nunca nos vimos. Que me abraces, me toques y no dejes de besarme. 
No. Yo no quería decirte eso. Bajo ningún punto. Pero te lo estoy diciendo claro y conciso, sabiendo que ninguno de los dos tiene derecho en ese momento de pensar en consecuencias y futuros. Vos sabes que no sé. Yo también lo sé. ¿Tendría que alejarme, esperar, conocerme y, sólo después, acercarme a vos? Sí, seguramente debería. ¿Lo estoy haciendo? No. Me tentas. Me generas algo tan especial que voy contra nosotros - sí, contra vos y contra mi. No me espero, no te dejo. Me entrego. Con los ojos cerrados veo, disfruto, siento. Te confundo. Sé que te confundo como nunca, sé que te llevo a donde queres estar sin que aún estemos seguros de que yo quiera estar ahí, pero, sinceramente, a esas alturas ¿qué más puedo hacer?
Te debatis. Estás a punto de perder la razón y sabes que si vas a parar tenes que hacerlo ya antes de que sea tarde - muy tarde - para frenar un imposible. Estás derrotado. No queres vivir esto así. O te entregas al sí o lo dejas ya. Date un segundo para pensar, uno solo. Y entonces te preguntas "¿tiro la toalla?". Y te acordas de lo que te decía siempre tu viejo: "aguantá hasta el último golpe, mis amigos insisten: "el que no arriesga no gana". Y pensas, te preguntas "¿es esto arriesgar?".
Pedís a gritos que te ayude, que te diga que la cosa no va más, que deje de besarte y te hable, te explique que no sos ese por el que mi mundo gira. Necesitas escucharlo. Escucharlo y entenderlo. Aunque duela. Aunque duela mucho, darías lo que sea por escucharme decirlo, como aquella vez que te confirmé que vos no eras la persona, que podía no saber quién era pero si sabía quién no era. ¿Cómo llegamos a todo esto? ¿Cómo?
Yo sé que necesitas certezas. Pero yo no hago más que perderlas. Así que no omito palabras. Sigo con los ojos cerrados y te espero. Te espero, paciente, a que decidas. Te espero deseosa de lo que vos elijas. Sé que debería ser yo quien frene las cosas dado que vos no tenes el poder, el control. Pero para ser sinceros: yo tampoco. Me estás haciendo perder la cabeza hace días. Así que hoy no quiero pensar más. Hoy, decidí vos. Yo no me voy a oponer. Me voy a ir o me voy a quedar sin decir ni mú. Tomate los segundos que necesites. Tomatelos que el caso, hoy, es todo tuyo. Contra todo tipo de pronóstico, el que decide hoy sos vos - dado, quizás, a que yo no tenga ni la menor idea de lo que me pasa. 

Ya está. Estamos en tu casa y te empiezo a desvestir. Sí, ya te pase el dedo por la panza, ya te besé de mil maneras, ya te agarré la mano para que me toques las piernas, la cintura. Así que ahora te saco la ropa. Y la mía, pronto, le hará compañía a la tuya ya tirada en el suelo.
Todo está confuso. Vos al menos tenes la certeza de mis besos, mis manos y vos. Pero yo, yo estoy tan confundida que no logro entender nada. No pienso, porque si me pongo a pensar me volvería loca. ¿Cómo puede ser que no sepa lo que quiero, lo que busco, lo que siento? Vos adivinás mis dudas. Las sabes. Pero estás tan seguro de vos. Entonces me sacás la remera y me quedo con mi corpiño negro que siempre combino con remeras blancas. Casi te llegas a olvidar de que no te quiero como vos lo haces. No, en realidad no te olvidas, pero estoy arriba tuyo besándote, aplastándote. Aplastándote con algo que parecería cariño - sí, un poco de cariño hay. Esas manos, además de tocar, acarician. Esa boca, además de besar hasta volverte loco, besa dulce. 
Esto no era lo que esperaba. Esto no era lo que esperaba yo ni lo que esperabas vos. Esto no era lo que pensé que ibas a decidir. Peor: esto no es lo que pensé que iba a dejar que decidas. Pero lo hiciste. Lo hice. Lo hicimos. Y entonces cogimos. Con confusión. Sí, la peor manera de cojer para entender que no - o la mejor, quizás, si resulta el principio de un sí que se asoma, allá por la esquina de la cama saliéndose un poquito de entre las sábanas blancas, tímido pero seguro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario