miércoles, 18 de abril de 2012

Crónica de un Martes

Un martes. Un día cuyo adjetivo siempre que llegan las seis o siete y media de la tarde (dependiendo del día) termina siendo lindo. Es que sino te cruzo en la escalera y me llevo una de esas sorpresas que hacen que te abrace y grite un poco, termina siendo que estoy ya en mi clase de adolescencia, sentada justo al ladito de la puerta, en el aula 209, y te asomas para pedirme un pucho. "¿Para vos? No, para vos no tengo" rio haciéndote mímicas y gesticulando la boca sin omitir sonido - es que claro, a todo esto mi profesora (una de las mejores de este cuatrimestre, quizás porque de una gran materia también) ya empezó a hablar sobre las próximas dos semanas, tiempo en el que resulta que se va a ausentar por un viaje que tiene que hacer y se siente en el deber de hablar sobre la bibliografía, la mujer que la va a suplantar en ese período, y el hecho concreto y creíble de que nos va a extrañar (no por nada personal; a lo que voy es a que es más bien una cuestión de que ama dar clases, no de que nosotros le caigamos concretamente bien).
Entonces reímos y salgo de la clase a darle y compartir ese cigarrillo. Me pedís fuego, te molesto, y vamos hasta la ventana. Yo estoy particularmente radiante - hace unos días que ando con flores, y río, duermo, canto y estoy más feliz de lo normal. Quizás un encuentro infortuito y casual (¿causal?). Quizás su cara, su risa, su simpatía, su cama o ese vino que tanto me gusta que saco de la galera. Quizás un poco de eso y algo más también.
El tema es que tu cara no se condice ni en lo más mínimo con mi estado de ánimo. Te empiezo a contar casi entusiasmada hasta que me frenas en seco. "¿Te puedo decir algo?" me decís más serio de lo que me hubiese gustado. Pienso, ¿qué puede llegar a ser? Y automáticamente se me viene a la cabeza la idea de que estás por tener un lapsus de sinceridad y no te lo queres guardar; como si de alguna manera, diciéndomelo, me fuese a poner contenta (sólo porque por primera vez estaríamos de acuerdo en el hecho); como si de alguna forma esa sinceridad que está a punto de brotarte y estallar no te gustara. Pero ahí estaba. Así que intentando adivinarte te pregunto "¿Qué me vas a decir? Estoy particularmente rechoncha hoy ¿no?" y río, porque siempre sonrío ante la idea de que el otro se percate de eso que intenta negar constantemente. Pero no. Mi cabeza me jugó una mala pasada; el narcisismo se apoderó de mi y no fui capaz de pensar realmente en lo que a él le podía llegar a inquietar. Casi enojado me responde que no "que justamente te iba a pedir que hoy, en este rato y por estos momentos, no saltes con esas pelotudeces". Ahí me di cuenta de su cara. No era una cara de un día normal, que no brilla ni opaca. Era cara de irritado, casi de frustrado. Y no acababa de inngurarla yo eh: esa cara estuvo ahí desde el minuto cero en el que se asomó a la puerta de mi curso a pedirme su vicio (nuestro vicio). No. La verdad que no podía ser que él, juestamente él - con esa onda toda bohemia, siempre con la palabra justa a mano para sacarme de un-mal-día, un-mal-estado, con esa racionalidad que siempre le permite destacar que puede haber algo peor, que no es tan malo "que no puedo entender como no te alejas", porque claro, las cosas le resultan muy fáciles a mi amigo: si te hace bien disfrutas y si te hace mal a la mierda. Y no. Seamos sinceros: yo soy patológicamente pasional, pero en el fondo todos sabemos que no resulta tan sencillo el asunto vivido desde adentro -. Entonces lo miro detenidamente y veo su ausencia. Lo tenía en frente y no era él. "¿Qué te pasa a vos?". Todos podíamos tener malos días, pero ya que estábamos, quería saber. "Nada... hoy tuve un día re largo de laburo en el colegio. Después vine acá temprano y encima salgo a las once de la noche, no estoy de humor". Buenísimo: ya que vas a meter una excusa, al menos buscate una mejor que total no te conozco nada de nada. "Dale, ¿te anda girando en la cabeza un algo del findesemana?" seguí insistiendo. Pero solo más tarde comprendería que nada tenía que ver con ese viernes a la noche, sino más bien con un texto de Freud que le había volado la cabeza.
Después de haberle sacado una o dos secas - "perdón si mojo todo el filtro" me dijo dándomelo, a lo que reí por dentro: generalmente la gente me comenta casi insultandome que compartir un cigarrillo conmigo es un asco por lo lleno de baba que lo dejo-. En fin, una vez consumido el pucho lo saludé, le exigí que cuando vuelva a cruzarlo me cambie esa cara de traste que tenía, y entré al aula porque la profesora ya estaba introduciendo el texto del día.
Fue una clase bonita. Ella tiene ese algo que me hace preguntarle y reírme cuando gesticula y ella misma se ríe. Qué lástima que se vaya a ir de viaje. Yo, de alguna manera, también la voy a "extrañar" (extrañar a una profesora solo como se puede extrañar a una profesora digo ¿no? Lo mío si es algo más personal, pero tampoco tanto). Como decía: la clase estuvo bien; hasta que nos dividió en grupos para que cada uno se encargue de un pequeño apartado distinto del libro del titular de cátedra.
Faltaba media hora para que salgamos. Una vez que leímos lo que nos tocaba pedí disculpas y salí de la clase. Fui al baño y después no pude evitar fumarme un cigarrillo tranquila, afuera, mientras leía un apunte que  en dos hojas terminaba. Era uno de esos de adolescencia que me ponen nerviosa porque los marco todos: todo es importante y principal ¿qué nos dan resúmenes ya hechos?
Volví al curso, hicimos el debate de los apartados de cada grupo y nos despidió casi con melancolía y diciendo por lo bajo, en un susurro, como quien no quiere la cosa: "ya saben, los voy a extrañar". "¡Pará, emoción!" pensé finalmente, con un matiz de infantilismo (ese comentario niño que se nos dibuja a veces en la cabeza como el retoño de algo que fuimos pero que de alguna manera no dejamos de ser).
Salí y fui al pasillo donde habíamos estado hablando media hora la semana pasada con mi amigo (gracias a que coincidimos en su intervalo y mi cambio de hora). Le mandé un mensaje, le dije dónde estaba y mientras llamé a otro amigo para arreglar un encuentro. Un posible almuerzo al día siguiente al que sabía que no iba a llegar porque sentía el sueño intenso en el cuerpo y sabía que cuando llegara a casa me tenía que poner a terminar de armar un trabajo práctico. Pero no importa: no me había dicho que no, a él que tanto le gusta decirme que no...
Me llaman. Que salga a la entrada principal que estaba ahí. Bajé fumando un cigarrillo y cuando lo veo estaba con un chico y una chica. Saludo. Hablamos. Repartían volantes, como todos los que estaban en la puerta a esa hora y-a-toda-hora militando. Lo molestaba. Lo culpaba de no incentivarme a ir a la reuniones que hacían, de no insistirme, de no hincharme las pelotas. "Sabes que no voy a volverte loca para que vayas, si queres ir vas y sino no". "Pero yo te pido que me repitas y reiteres porque soy colgada". Claro, es que cuando su amigo me comentaba del encuentro que había este viernes, enseguida el mío dijo "No va a ir, es obvio". Al menos este me pasaba las coordenadas exactas, día, hora y lugar, no como vos con esos datos borrosos que me tiras en general. Ya habían pasado los 15 minutos que el espacio académico me brindaba todos los martes a esa hora para molestarte, así que esperé 5 más (la profe arranca 10 minutos tarde considerando que hay gente que viene corriendo del teórico que se dicta en otra sede) y me despedí de los tres.
Estadística. Qué materia aburrida. Entre apuntes y apuntes que iba tomando, arranqué a leer otra ficha de la cátedra de adolescencia. Qué contradictorio esto de estar cursando dos materias y que una haga las veces de interesante que no resultaba la otra. Intervalo. Genial. Podría haber sido peor, pero entre el texto que leía y los mates de mi amiga que estaba sentada adelante, la clase no estuvo tan mal. Así que me levanté, salí de la facu y cuando estaba por cruzar para preguntar en un local por unos apuntes que me faltaban, me los vuelvo a encontrar a los tres personajes con los que había estado interactuando hacía un rato. "¿Se van?" les pregunté. "No, tu amigo se va a comer una empanada" me responde el otro. Gordo. Que cruzaba y que si seguían ahí nos veíamos. El material que necesitaba no estaba. Que pregunte en Eudeba. Sin embargo, cuando volví a interceptarlos, la chica que estaba con ellos me mostró una librería cerrada que estaba en la esquina; "cuando abra podes preguntar ahí". Genial. Se llamaba de alguna forma que ahora olvidé, tenía 21 años (aunque la prima le había preguntado esa misma semana si no tenía 18, con lo que generó varias risas entre nosotros) y estudiaba psicología. Y el otro arrancaba a contarme, luego de que le pregunte, que estudiaba derecho en la uba y que venía a psico a dar una mano con la militancia; que le cabía la onda pero que no estudiaría nuestra carrera porque le daba algo de miedo todo eso de la cabeza "como que empezas a leer y te terminas identificando con un montón te cosas, te empezas a sentir mal cuando en realidad no tenes nada". Qué gracioso que lo piense así (ojo, no es que no sea verdad, pero si llega a estudiar medicina se pega un tiro). "Sabes que el otro día justo hablaba con un amigo que estudia derecho" le empecé a contar "y me contaba que no le abría la cabeza ni un poquito, así que empezó a complementarla con sociología, ¿no te surge a vos capaz acompañarla con algo-más?". "Derecho no le abre la cabeza a nadie" - me dijo rotundamente - "yo estoy estudiando la carrera para conocer el sistema y ver cuáles son las reglas que hay que romper, pero lo mío es la política". Wuau. Un flash. El chabón no solo no tenía ni la más mínima intención de ejercer la carrera que estabas siguiendo, sino que encima la estudiaba a fondo para conocer sus debilidades, sus puntos fuertes y su funcionamiento y ver desde la política por dónde atacar a este sistema de mierda que se cree que funciona bien y lo hace solo a costa de todo-eso-otro que funciona mal. Todo un revolucionario el flaco eh. Y entonces le insistí con eso de hacer alguna otra carrera a la par. "Psico es bastante floja en todo lo que es historia por lo general, entonces agarrás a Galeano y estás un poco más hecho" le contaba. Claro, él leía muchísimo por su cuenta pero en ese momento estaba tan metido en la política que a penas conseguía llevar adelante abogacía. Y entonces les conté (luego de hablar del viernes, una fiesta, amigos y demás, y reír y reír más) que la psicología se me estaba empezando a meter en todos los ámbitos. No lo contaba como algo bueno. Se lo decía más que nada a la rubia, que parecía una mina interesante e interesada a la vez. Les contaba que había estado viendo un video de Galeano y que me quedé con una frase que dijo él "hay que hacer las cosas según lo que nos dicta nuestra conciencia moral y no guiándose por la bajada de línea que nos impongan"; y mi reflexión era sí, genial, pero a veces lo que realmente queremos hacer no se condice con lo que moralmente deberíamos hacer. A lo cual mi amigo con el que estaba viendo el video me sacó cagando y me dijo que no se refería a eso, que deje esa perspectiva psicológica afuera y me centre en lo que querían transmitir en este caso. Qué mal. Qué mal. Y entonces hablar sobre la objetivación que necesitábamos desde nuestra carrera y lo lindo que es la subjetividad pero que no, que quede afuera, que no hay que darle cabida la más de las veces y mucho menos en forma abrumadora. Y entonces miro el reloj y con mi amigo nos despedimos del resto porque se nos hacía tarde para entrar de nuevo. Y de camino a la facu, en el trayecto de esa media cuadra, nos cruzamos con mis dos amigas con las que curso Estadística que estaban afuera con una tercera, amiga de una de ellas y conocida de todas. Me despido de mi amigo (siempre tan poco físico como es él, que tanta gracia me causa) y me quedo con ellas. Que había que juntarnos a estudiar cuanto antes porque la materia era tan tonta como aburrida, y resultaba igual de tentador no estudiarla que comerse un chocolate con café en un día de lluvia metido en la cama - ah sí, menuda tentación la mía.
Y resulta que volviendo al aula la confesión reveledora de mi compañera de-todo-de-nada que tan contento pondría más tarde a mi gran amigo gran, ese bohemio que tanto alegra mis martes y con el que compartimos birras, puchos y esas charlas épicas.

1 comentario:

  1. "hay que hacer las cosas según lo que nos dicta nuestra conciencia moral y no guiándose por la bajada de línea que nos impongan"
    Justamente a eso me refiero cuando te digo que no te considero una persona egoista. Gracias por abrirme un mundo que esta ahí, adelante mio, lleno de posibilidades, sin limitaciones como las que vienen en el mundo. El mejor ejemplo que me pudiste dar de eso es ser como sos. Lo que te quiero linda, lo que te quiero

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